
Los politólogos adoptaron en su día la voz kakistocracia para referirse a los órdenes institucionales caracterizados por el gobierno de los peores. Una categoría teórica, esa, a la que, con el paso de los años, se ha ido aproximando cada vez más y más la eternamente joven democracia española. Que entre nosotros se produce una selección inversa de las élites, parece una evidencia ya fuera de toda discusión. Hay en España muy poquita calidad tanto curricular como académica e intelectual entre la clase dirigente. Hace medio siglo, el grueso de esa élite solía proceder de los cuerpos superiores y más sanamente elitistas del Estado; hoy, en sabido, nos llegan todos de las Nuevas Generaciones o de las Juventudes Socialistas.
Una caída en picado del nivel que, entre otras consecuencias, ha llevado a la desaparición de las jerarquías internas dentro de esa propia clase, la que integran los escalones altos del grupo de los políticos profesionales. Porque, cuando resulta que todos sus miembros se han visto igualados ya por abajo, cuando las jerarquías cualitativas simplemente no existen, la competencia interna dentro de los partidos se vuelve feroz. Si el líder puede ser un cualquiera, cualquiera aspirará a ser líder. Pedro Sánchez, el todavía máximo dirigente de la cuarta economía del euro, resulta ser un hombre alto y guapo que habla inglés. Punto. Eso es todo. Porque no hay más.
Y de ahí que, consciente de sus propias limitaciones personales, haya tendido a rodearse, igual en el Gobierno que en Ferraz, de perfiles muy menores, anodinas medianías que en ningún caso pudiesen poner en evidencia la manifiesta precariedad de los mimbres sobre los que fue construido su liderazgo. Por eso va a resultar un problema tan difícil de resolver encontrar al tapado que le pueda sustituir como candidato cuando se anuncie el adelanto electoral. Zapatero tenía a Rubalcaba, que no era un don nadie como las mindundis y los mindundis que rodean ahora mismo al pato cojo de la Moncloa. Pero es que ya no queda ningún Rubalcaba en la Ejecutiva Federal del PSOE. He ahí el precio de la kakistocracia.