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El sicofante: de guerrilero de Twitter al Palacio de la Moncloa

La llegada de Idafe Martín a Moncloa es menos una sorpresa que una confesión: el Gobierno ya no disimula que ha cambiado la política por la propaganda y el debate por el fango

La llegada de Idafe Martín a Moncloa es menos una sorpresa que una confesión: el Gobierno ya no disimula que ha cambiado la política por la propaganda y el debate por el fango
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se dirige a dar una rueda de prensa este martes en el Palacio de la Moncloa. | EFE

Dice el gran Rafa Latorre, sin nombrarlo, que no deja de ser un sicofante. Sicofante viene del griego sykophántēs (συκοφάντης), que originalmente significaba denunciante de los contrabandistas de higos (sí, higos). Pero ya en la Atenas clásica se usaba como sinónimo de acusador profesional y oportunista, alguien que denunciaba por dinero o por beneficio propio.

La reciente incorporación del periodista Idafe Martín al equipo de comunicación de Moncloa no debería sorprendernos. En tiempos de ruido, no se buscan violinistas: se fichan percusionistas. O, por decirlo sin redondeos, se contrata a quien esté dispuesto a romper platos mientras redacta los discursos de un presidente que empieza a recordar cuando Bettino Craxi, condenado a más de veinte años por corrupto en el célebre caso Manos Limpias, se fugó a Túnez y acabó muriendo allí después de vivir a cuerpo de rey amparado por el presidente tunecino Ben Ali.

Martín no llega con vocación de portavoz ni de estilista del discurso institucional. Llega como lo que es: un guerrillero de la red social, con un verbo afilado, un diccionario encendido y una lealtad funcional a la causa que toque la pandereta como entusiasmado juglar. Su historial reciente —en El País, en redes sociales, en columnas entreveradas de adjetivos hostiles— lo coloca más cerca del agitador digital que del analista ponderado y preparado. Como diría mi madre, no es alguien leído ni escribido.

Que lo fichen no es un desliz; es un síntoma. La estrategia comunicativa del Ejecutivo ha decidido que es tiempo de trincheras, no de tender puentes. El gabinete, al parecer, necesita menos Sócrates y más sicofantes: figuras dispuestas a señalar, a polarizar, y a disfrazar la agresión de lucidez.

Hoy no son higos, son tuits. Como el último de Óscar Puente, que decía que la Guardia Civil no ha registrado Ferraz, que eso de registrar, procesalmente, es otra cosa, y que la Benemérita a lo que iba era a tomar un cafecito. Y como en Grecia, el valor no está en la verdad de lo que dice, sino en la utilidad de su dedo. Que hayan sentado ahora a Martín en el "edificio Semillas" de la Moncloa tiene algo de humor involuntario: pocas cosas más estériles que una semilla sembrada en terreno de sarcasmo y ruido.

No se trata de juzgar al personaje. Al fin y al cabo, los gobiernos contratan a quienes creen que pueden ganarles la batalla que ellos quieren librar. Pero sí conviene mirar el mapa: cuando un Ejecutivo empieza a parecerse demasiado a sus polemistas, algo ha empezado a irse de madre. Como a Bettino Craxi.

La llegada de Idafe Martín a Moncloa es menos una sorpresa que una confesión: el Gobierno ya no disimula que ha cambiado la política por la propaganda y el debate por el fango. Cuando uno contrata a un sicofante, lo hace sabiendo perfectamente lo que está comprando: ruido, agresividad y una voluntad inquebrantable de convertir la mentira en táctica.

No, no es un periodista; es un operador. No informa. Él agita. Su expediente no lo avala por su rigor, sino por su capacidad para intoxicar, y hacerlo con brillantez. Sus columnas y tuits no son textos: son munición. Por eso ha sido fichado, no a pesar de su estilo, sino precisamente por su estilo. El mensaje de Moncloa es claro: en lugar de sumar voces que aporten mesura, incorporamos portavoces de la ira con carné de incendiario.

Lo más curioso es que este fichaje venga de quien tantas veces ha hablado de regeneración, transparencia y respeto institucional. Porque si algo representa este sujeto es el desprecio absoluto por esas palabras. Instalar en el corazón del Gobierno a alguien cuya especialidad es el hostigamiento personal y la caricatura permanente revela que lo que se busca no es comunicar, sino hostigar al disidente y contentar al sectario.

La palabra griega, en fin, ya designaba a estos personajes: denunciantes profesionales, adictos al dedo acusador, pagados por el poder para simular virtud mientras exprimen rencor. Nada nuevo bajo el sol. Lo novedoso es que hoy se les contrate con dinero público. Pero no intentes, querido lector, conocer su rango en el organigrama, su nivel retributivo ni si tiene coche y despacho oficial porque el portal de transparencia no lo permite a quien lo intente.

Ya se sabe: la protección de datos. Moncloa no ha contratado un asesor: ha comprado una trinchera. Y en eso, al menos, han sido sinceros.

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