
Ocurrió durante esta semana lo que cabe esperar en todo régimen que se derrumba. Y alguna cosa más. Por ejemplo, que una vicepresidenta del Gobierno anime al líder de la Oposición a presentar una moción de censura contra el líder del Ejecutivo del que forma parte, algo que recordaría vagamente a una princesa implorándole al caballero andante que asesine al dragón que la mantiene cautiva, si el dragón en este caso no fuese el presidente del Gobierno más feminista de la historia. En concreto, lo que vino a decir en los micrófonos de Onda Cero fue que vivimos un momento crítico para el país y que si ella fuese Alberto Núñez Feijóo se lanzaría a la piscina aunque no pudiese ganarla porque, cito, hay mociones que, aun perdidas, son victorias en sí mismas. Lo que hay en estos últimos estertores del sanchismo son historias tan inverosímiles que parecen inventadas por algún capitán de barco en la cantina de un pueblo con mar. Con el agravante de que son verdad.
Claro que a Yolanda Díaz, paisana de Rajoy y de Feijóo —no es que España sea difícil de entender, es que primero hay que entender a sus gallegos—, lo que le pasó fue un lapsus comunicativo absolutamente opuesto a los lapsus rajoyescos, por otro lado. Lo que en el exregistrador de Santa Pola era pura sinrazón semántica y anarquía lúdica, algo rompedor y vanguardista, sin más sentido lógico que el sinsentido mismo; en nuestra vicepresidenta son cabriolas de salón y tropiezos en mitad del vals, como si, por querer distraernos apresuradamente de lo anecdótico, terminase cayendo encima de lo importante.
Ella quería decir, y así lo dijo, más o menos, que si tan mal está España y si tanto cree Feijóo que debemos escogerle a él para enderezarla, entonces no tiene sentido que no se postule firmemente y debata abiertamente sus propuestas para que podamos, o no, permitirle intentarlo. El problema es que, para decirlo, terminó diciendo más o menos eso: que España está en crisis y que ay del PSOE como Sumar se entere de un sólo escándalo más, que igual cogen la puerta y hasta a lo mejor se quedan.
Por el camino se permitió un tirón de orejas al líder del PP por sus "torpezas". E incluso críticas abiertas a lo que, bien mirado, no es más que la consecuencia del carácter que los dos comparten: "Primero parece que voy en serio por la mañana. Después, esa misma tarde, empiezo a insultar a mis presuntos socios…", dijo, y por un momento nadie supo si hablaba por boca del señor Feijóo o por ella misma. Así que estuvo bien que en un segundo de zozobra aprovechase para tomar aire y lo aclarase. "En términos democráticos, el señor Feijóo no está a la altura de su país", terminó al fin. Nadie sabe a qué altura se considera ella, pero cualquiera diría que, acostumbrada como está a hacerle oposición al Gobierno del PSOE desde el Gobierno de Sumar, y a la Oposición oficial desde quién sabe dónde, haya terminado armándose un lío y censurándose a sí misma. Para saberlo siempre podemos esperar a que se aclare. O a que el colapso definitivo del sanchismo lo haga primero.