
Antes de ponerme con la columna de hoy, he buscado en mi biblioteca El final de la ideología, aquel librito célebre de Daniell Bell, para comprobar en qué año fue escrito. Y resulta que es de 1960. En 1960, yo, que ando a punto de entrar oficialmente en la tercera edad, todavía no había nacido. Viene a cuento este preámbulo por lo del PP. Y es que Feijóo ha vuelto a reivindicar durante el fin de semana pasado un clásico, la recurrente entelequia metafísica llamada "centrismo", o sea la nada con sifón, en tanto que principal seña de identidad del proyecto político que encabeza.
Pero seamos justos, no se le puede pedir al PP lo que no existe ya en ninguna parte de Occidente: algo parecido a una cosmovisión ideológica específica. Ideología en un sentido fuerte, es algo que hoy no tiene la derecha, igual que también carece de ella la izquierda. De ahí que no me parezca razonable que se le pueda exigir eso a Feijóo. Asunto bien distinto, sin embargo, sería disponer de una visión de país, algo así como una hoja de ruta estratégica que sirviese para imaginar la España que quisiéramos entregar a la próxima generación. Y eso, sintiéndolo mucho por mis paisanos gallegos que ahora mandan en Génova, tampoco lo tiene el PP. España, tras desindustrializarse alegremente en el último tercio del siglo XX, entró en el XXI apostando todas sus cartas a la triada formada por el turismo, los ladrillos y los grandes eventos lúdicos.
Si la imagen del desarrollismo franquista fue la factoría de Seat en Barcelona, la del modelo que lo ha venido a sustituir son las luces de Navidad de Abel Caballero, en Vigo. Y con eso, nuestro único futuro va a ser el desastre. España no puede aspirar a convertirse en un parque de atracciones repleto de turistas ingleses de clase baja y excedentes demográficos africanos a los que mantener con cargo al Estado. Necesitamos, y con urgencia, otro proyecto de país. El proyecto que la izquierda ya ha demostrado no poseer. Y el PP, tampoco.

