
Felipe González Márquez, gobernante bajo cuyo mandato España sufrió el mayor grado de corrupción institucional de toda su historia democrática, no cayó por ese asunto, una materia que obviamente importaba bien poco a su base electoral. De hecho, estuvo a punto de volver a ganar las elecciones por enésima vez, en 1996, pese a acumular su gente sentencias judiciales firmes en materia de trinque y mamoneo que hubieran dado para llenar todas las páginas de un listín telefónico, uno de aquellos amarillos y tan gordotes de cuando entonces. Y en puridad, tampoco fue desalojado de la Moncloa por decisión de las urnas.
Pues los trescientos mil votos de diferencia que consiguió sacarle Aznar, una ventaja mínima, podrían haber sido ignorados por los nacionalistas catalanes de derechas, al igual que en las últimas elecciones obviaron con desprecio la victoria nominal de Feijóo. Pero, todavía a finales del siglo XX, el catalanismo conservador no podía permitirse el lujo de un enfrentamiento frontal con la España de orden a propósito de la pureza democrática de la legitimidad del Gobierno. Una norma no escrita, la de que el catalanismo canónico no debía llevar la contraria al veredicto de las urnas en España, que el procés derogó acaso para siempre. No obstante, la genuina causa de aquella prodigiosa impunidad felipista remite a que nunca tuvo que formar coaliciones de gobierno.
Gabriel Rufián, que ha devenido con el tiempo el mejor parlamentario del Grupo Socialista en el Congreso, le acaba de espetar a Sánchez que él vive en la Moncloa no gracias a los votos de los españoles, sino gracias a los votos de muchísimos catalanes que sueñan cada noche con dejar de ser españoles. Y es verdad. El espantajo de que vienen los fachas de Vox, tan útil siempre, puede servir ahora para que esa tropa mire hacia otro lado, pero siempre que la riera de las aguas fecales se detenga ante Koldo, Santos y el Homo Erectus. La irrupción de un cuarto (o cuarta) en discordia, verbigracia algún Torres, ya sería demasiado hasta para la colla de los nois de la Esquerra.
