
Ya amanecía cuando un día de mayo de 2009 Juana Rivas llegó a casa después de pasar una noche de fiesta con las amigas. Francesco Arcuri, que estaba en casa cuidando al hijo de ambos, le recriminó su actitud. Las discusiones de la pareja eran relativamente frecuentes, pero esta vez la cosa fue algo más allá. En la pelea que siguió los dos se agredieron mutuamente. La versión de ella es que él la maltrataba habitualmente, la de él es que ella llegó borracha y que únicamente se defendió de las agresiones de ella. En todo caso de aquella pelea salieron dos denuncias con sus respectivos partes de lesiones: el de Arcuri era apreciablemente más grave que el de Rivas, que sólo mostraba lesiones en las muñecas producto seguramente de haber sido sujetada con fuerza. Pero la justicia a la que llaman patriarcal sólo le condenó a él, que aceptó una condena en conformidad para poder volver a ver a su hijo.
El afecto tiene sus propias normas y Arcuri y Rivas acabaron volviendo juntos, teniendo otro hijo y marchándose a Italia. Pero la relación no duró mucho más. En 2016 Juana se fue con sus hijos a España sin el consentimiento del padre, y una vez aquí denunció a Arcuri por maltrato habitual contra ella y los niños. Fue la primera de las diez denuncias, en España e Italia, que han sido archivadas sin ni siquiera llegar a juicio, por inverosímiles. Arcuri todavía tiene una denuncia pendiente en Italia por maltratar a su hijo pequeño, pero es bastante probable que acabe como todas las anteriores: los hechos que se describen en ella son fundamentalmente incompatibles con la masiva cantidad de información acumulada por las autoridades italianas, que durante años han estado supervisando la relación de Arcuri y su familia con los niños. Los peritos y psicólogos que trabajaron en el caso dejaron escrito que Juana Rivas es un peligro para sus hijos y que su comportamiento con ellos entra de lleno en lo patológico. Por eso, y porque Rivas es una puñetera delincuente, la justicia le otorgó la custodia en exclusiva de los niños a su padre. Pero da igual.
Juana Rivas no sólo es una mala persona: es una madre horrenda. La diferencia de comportamiento entre Arcuri y ella es abismal. El empeño del italiano en exponer lo menos posible a sus hijos contrasta con el espectáculo bochornoso e impúdico, con gritos doloridos y desmayos simulados, al que sometió a sus pequeños el pasado martes para evitar, una vez más, que Daniel Arcuri pueda pasar tiempo con su padre. Pero como se dijo en aquel verano de 2017 cuando secuestró a sus hijos por primera vez, Juana no está sola. La acompañan una patulea de personajes que no por ridículos y lunáticos son menos dañinos. Empezando por Francisca Granados, la trabajadora del centro de la mujer de Maracena que siempre acompaña a Rivas en sus representaciones grotescas para la prensa.
Pero la cosa no se acaba en una demente intentando justificar su inmerecido sueldo. Contra Francesco Arcuri han hablado la ministra de Juventud, la hamasita Sira Rego, la ex ministra de Igualdad, esa brújula inversa llamada Irene Montero y todos los estamentos del feminismo institucional, que es el único que existe. En su día hasta Mariano Rajoy, por entonces presidente del gobierno, defendió el secuestro infantil cometido por Rivas. Arcuri lleva casi una década enfrentándose a todos los niveles del poder en España. Prensa, justicia, y política le han descrito sistemáticamente como un monstruo maltratador, agarrándose con desesperación a la sentencia de 2009, porque la reinserción existe para los asesinos etarras que ponían bombas en supermercados pero no para un señor que se defendía de las agresiones con peste a vinazo de su pareja. No importa cuántas sentencias tenga Francesco Arcuri a su favor, la justicia todas y cada una de las veces ha preferido quitarle a sus hijos por si acaso, para dejarlos en manos de una mujer que le odia tanto que es capaz de dejar a sus hijos sin padre para hacerle daño. Eso, cuando es al revés, se llama violencia vicaria, pero en la España de la justicia patriarcal, los hombres no pueden ser víctimas, sólo verdugos.
Francesco Arcuri perdió a su hijo mayor a manos de la manipulación de la madre, en buena parte porque a diferencia de ella, jamás prohibió el contacto maternofilial. En cambio, en cuanto Daniel Arcuri pisó España durante las vacaciones de Navidad, su madre le prohibió todo contacto no sólo con su padre sino también con sus amigos italianos. Rivas no está protegiendo a su hijo de un maltratador. Está aislándole de su entorno. Es maltrato. No hay otra palabra que lo defina mejor. Ni siquiera hace falta haber tenido hijos para entender la crueldad de un acto así, no ya con el otro progenitor, sino para el propio niño.
Rivas no permitió que su hijo regresara después de las vacaciones a la casa donde ha vivido toda su vida, y corrió a inscribirle en un colegio granadino. La administración se lo permitió, pese a que es su padre quien tiene en exclusiva la custodia. La ley es flexible cuando se trata de retorcerla a favor de una mujer que odia. Durante siete largos meses, esa justicia presuntamente machista y patriarcal ha permitido que una delincuente señalada por los servicios sociales como pésima madre con rasgos de maldad patológica destruya con saña y sin compasión el vínculo de un niño con su padre. Y ha podido hacerlo gracias a que el gobierno la indultó y le devolvió la patria potestad en el nombre de una ideología que hoy se usa para justificar los peores atropellos. Francesco Arcuri se ha enfrentado a todos los enemigos posibles para proteger a su hijo, para defender el derecho de ese niño a tener un padre y el suyo propio de estar con su pequeño.
Pero el caso de Arcuri no es el peor. Él ha podido ganar esta batalla porque no se ha rendido y porque cuenta con argumentos incontestables, pero ¿cuántos padres como él no tienen la suerte de vivir en Italia? ¿Cuántos hombres no pueden pagar abogados durante una década? ¿Cuántos padres coraje han perdido a sus hijos para siempre porque el sistema simplemente no considera la posibilidad de que puedan tener razón?

