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Hamás y los medios: más que amor, frenesí

¿Qué tiene Hamás? ¿Qué convierte a un grupo islamista totalitario, que masacra a su propio pueblo en objeto de devoción periodística?

¿Qué tiene Hamás? ¿Qué convierte a un grupo islamista totalitario, que masacra a su propio pueblo en objeto de devoción periodística?
Manifestación contra Hamás en marzo de este año. | EFE

Ante cualquier información proveniente de Gaza, ¿cómo es posible que los medios en español prioricen sistemáticamente la versión de Hamás? ¿Cómo se explica que, en la mayoría de las noticias, esa versión no solo encabece los titulares, sino que muchas veces sea la única que se ofrece? Y si la posición israelí aparece, lo hace relegada a algún párrafo perdido que nadie lee.

Recordemos que el titular es el manual de uso de la noticia, es lo que el editor quiere que usted piense y sienta.

Una búsqueda rápida en internet demuestra que un grupo terrorista con un historial sangriento tiene acceso privilegiado a las tribunas más prestigiosas del periodismo occidental, sin que nadie parezca ejercer el más mínimo filtro profesional. ¿A ningún periodista le extraña que, a los pocos minutos de un ataque, Hamás ya tenga una cifra exacta de víctimas? ¿A nadie le despierta dudas el hecho de que, en múltiples ocasiones, esas cifras hayan resultado falsas? Por no hablar de que muchas veces los ataques ni existieron.

Pero da igual. No importa cuántas ocasiones se haya mentido, cuántos datos hayan sido manipulados. Hamás ejerce una especie de atracción salvaje —nunca mejor dicho— sobre una prensa internacional más empeñada en amplificar su relato que en informar de la realidad con sus matices. En el mejor de los casos, algún medio extranjero publica un tímido desmentido. En los medios españoles, ni eso. Se hace como si nada: se pasa al siguiente parte de guerra de Hamás, que será publicado con alguna variante de estilo, disfrazado de nota informativa. Y así se acumulan muertos y masacres sin verificar, que acaban moldeando una percepción pública difícil de revertir.

No faltan incluso quienes afirman —sin sonrojo— que Hamás nunca mintió con las cifras. Falso. Basta revisar las confrontaciones anteriores para comprobar cómo tuvieron que rectificar sus datos una vez se conocieron las cifras reales. Y basta con observar esta misma guerra para ver cómo los muertos bailan, se duplican, desaparecen… sin que eso merezca una sola línea en los grandes diarios. Para encontrar análisis rigurosos hay que recurrir a las redes sociales o a contadas publicaciones que se resisten a comulgar con el relato único.

Y no deja de ser revelador: nunca se permitiría que las cifras ofrecidas por un portavoz del ejército israelí encabezaran sistemáticamente los titulares sin contrastar, sin matizar, sin cuestionar. Con Hamás, sí.

Porque eso es lo que parece haberse impuesto: un periodismo reducido a repetidor automático de consignas. ¿Cómo si no se entiende que medios como El País utilicen el término "genocidio" —en sus secciones de información, no solo en opinión— para describir una guerra?

Entonces, ¿qué tiene Hamás? ¿Cuál es ese je ne sais quoi que convierte a un grupo islamista totalitario, que masacra a su propio pueblo y lo somete a una dictadura teocrática, en objeto de devoción periodística?

¿Es amor? ¿Una de esas pasiones ciegas que idealizan al objeto amado? No puede ser amor a los palestinos, porque Hamás lleva años utilizándolos como escudos humanos, negándoles acceso a refugios, iniciando guerras que arrasan con su población, y reprimiendo cualquier voz crítica. Pero la fascinación sigue intacta.

La campaña actual sobre el hambre en Gaza es un ejemplo más del poder mediático de Hamás. Las portadas, los artículos, las ONGs, los sindicatos de periodistas… todos alineados en transmitir una narrativa que elude cuidadosamente cualquier responsabilidad del grupo terrorista. Que hay hambre, sí. Que Hamás ha saqueado camiones de ayuda, ha impedido distribuciones y ha disparado contra civiles que buscaban comida, también. Pero esa parte no interesa.

En solo tres días, Hamás secuestró 79 camiones de ayuda destinados al norte de Gaza. Ochenta camiones de alimentos desaparecidos sin que eso altere un solo titular. Mientras tanto, los periodistas siguen hablando de que "Israel está matando de hambre a Gaza", como si la única variable en juego estuviera en Jerusalén.

Cuesta entender por qué no hay un sólo periodista en los grandes medios españoles que se anime a escribir sobre estos hechos. ¿Miedo? ¿Complicidad? ¿Pereza? La falta de análisis ha sido reemplazada por una emocionalidad impostada, hueca de rigor, pero eficaz para crear estados de ánimo crispados. Y esos estados de ánimo, a su vez, empujan a una clase política perdida entre el narcisismo y la ineptitud.

No se espera valentía de unos políticos más entregados al politicismo que a una idea que defender. Hacen honor al marxismo de Groucho: "Estos son mis ideales, pero si no le gustan tengo otros". Así pasamos del Macron que propone una coalición bélica contra Hamás al que, bañado en su impopularidad, sugiere premiar el ataque del 7 de octubre con el reconocimiento de una, hoy por hoy, inviable Palestina. En España, Gaza se convierte en cortina de humo cada vez que las investigaciones por corrupción cercan al presidente.

Esta decadencia política está inevitablemente ligada a la degradación del periodismo. En ese sentido, Israel es a la vez excusa y termómetro: el tratamiento informativo que recibe evidencia hasta qué punto los medios han abandonado su papel fiscalizador para convertirse en activistas de causa.

Hamás sueña con un mundo sin judíos. No es una metáfora, lo dicen abiertamente. Y, sin embargo, ese objetivo genocida rara vez se menciona. O se minimiza. O se disfraza. Algunos periodistas incluso han llegado a sugerir que Hamás "cambió su carta fundacional", como si eso bastara para blanquear el ideario. Pero Hamás sigue pidiendo la aniquilación de Israel. Un lavado de cara para un público occidental ansioso por comprarle un mensaje de "moderación" al grupo responsable de miles de muertes.

El amor puede volverse locura, las ideologías —como los dictadores— pueden enamorar hasta el delirio. Y eso parece haberle ocurrido al periodismo occidental: un flechazo, un coup de foudre con Hamás. Un amor colectivo que aliena, que embriaga, que desconecta de la realidad.

No es un amor racional, sino un enamoramiento ideológico que se sostiene mientras se mantenga el relato. Por eso los medios se empeñan en mantener viva la historia de Hamás: porque es la forma de conservar a su objeto amado. Y porque cuando el amor es loco, todo análisis sobra.

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