
El final de verano llegó, como en la inmortal canción del Dúo Dinámico, y el Gobierno propone un pacto de Estado del que no se sabe hasta cuándo se acordará. Se sabe, en cambio, a qué obedece la grandilocuente propuesta sobre la "Emergencia Climática". Sólo tangencialmente tiene que ver con los incendios de agosto. El fuego sirve de punto de apoyo y pretexto para hacer lo que mejor sabe hacer un Gobierno que no puede hacer nada más. Y lo que mejor sabe hacer es trasladar los problemas al terreno de la disputa partidista. No resolverlos o intentarlo, al menos, sino despegarlos bruscamente de la realidad y arrastrarlos al barro de una pelea política buscada, preparada y amañada; a un escenario en el que los autoproclamados virtuosos señalan, condenan y atizan a los designados como perversos; a un guiñol en el que aporrear a los llamados negacionistas, que serán, en fin, todos los que no digan que sí.
El indicio más sólido lo daba Sánchez en la pomposa presentación. Pidió "a los políticos y a las políticas" que "no polaricen con esto". El hombre defiende su monopolio: el que polariza soy yo, no me hagáis la competencia. Acusar a los demás de hacer lo que hace es una estratagema habitual. Valga como modelo la historieta de "la máquina del fango".. Los tópicos con los que ha rellenado el discurso, ya presentes en cualquier ley o decreto de gestión forestal vigentes, delatan la ausencia de contenido. La propia supuesta ambición que vocea el nombre del pacto lo hace inservible. De tomarse en serio el Gobierno la emergencia que pregona, el pacto afectaría a tantos ámbitos como ministerios tiene o más. Todo el programa de Gobierno estaría atravesado por el problema climático. Pero no propone un programa y menos un pacto. Sánchez modifica el viejo truco del palo y la zanahoria. No alterna lo uno y lo otro. Pone la zanahoria para dar el palo. Esto no es para pactar.
El pretendido pacto es el refugio climático que se ha buscado el Gobierno para continuar la confrontación por los incendios desde un lugar que presume seguro. Ello después de una primera fase en la que osciló entre la inhibición y la inculpación. En vez de un Gobierno decidido a cooperar, hubo un Gobierno decidido a culpar a las administraciones autonómicas. Las acusaciones que lanzaron distintos ministros fueron reveladoras. Mostraron que no tienen idea de lo que hacen las comunidades autónomas en sus territorios, que ignoran el grado de organización y de gestión que mantienen. Creerán que son como las provincias del siglo XIX. Los ministros del Gobierno de España no conocen España y sus injustas acusaciones desacreditan al conjunto del sistema autonómico. Contra lo que se dice, el partido Vox no es el que más hace contra las autonomías. El que más desvaloriza y denigra a las autonomías es el Gobierno de Sánchez.


