
Ahora mismo, en septiembre del año 25, Vox aún representa un problema que el Partido Popular está en condiciones de gestionar. Los de Abascal encarnan para Génova un estorbo molesto, sí, pero todavía no un impedimento serio, un escollo crítico cara a conquistar la Moncloa. Si hubiera elecciones mañana, Feijóo alcanzaría la mayoría relativa con cierta facilidad; escenario, ese, que obligaría a los otros a regalarle los votos de sus diputados en la sesión de investidura parlamentaria. Porque, ante la disyuntiva entre investir a Feijóo o forzar con su actitud una repetición electoral de imprevisible desenlace, en Vox se encontrarían atados de pies y manos; de momento, pues, Vox no parece mucho más que un ruidoso tigre de papel.
Pero si la duración de la legislatura se alarga, y todas las señales apuntan en esa dirección, se va a convertir en un problema importante, pero muy importante, para el PP. A fin de comprender eso en su justa dimensión, basta echar un vistazo a lo que está pasando por ahí afuera. Y lo que está pasando es que la extrema derecha constituye a estas horas la familia política mayoritaria en las preferencias electorales de los habitantes de los cuatro países más poblados e importantes del emisario occidental de Europa: Italia, Francia, Alemania y Reino Unido. Así las tendencias continentales, no está claro que dentro de nada, en 2027, el representante de la corriente principal de la derecha europea en España continúe siendo todavía el partido de Feijóo.
El tiempo corre, y muy deprisa, contra el PP. Ante tal panorama, acaso ni siquiera resulte suficiente para tratar de corregir la tendencia de fondo con imprimir un giro radical al muy amorfo y escapista discurso en materia migratoria del partido. El PP debe atreverse a más, lo que implica arriesgar más. Y ahí la política en relación al campo y a la PAC, hoy un coto vedado de Vox, será decisiva. ¿Feijóo osaría, por ejemplo, empezar a hablar del impacto dramático para el agro español de una eventual entrada de Ucrania en la Unión Europea? Veremos.
