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A quién no le va a gustar una bandera palestina

Son ya ocho décadas y la extrema izquierda siempre ha apoyado a los terroristas que violan niñas y celebran cada asesinato de un israelí como una Champions.

Son ya ocho décadas y la extrema izquierda siempre ha apoyado a los terroristas que violan niñas y celebran cada asesinato de un israelí como una Champions.
Vuelta ciclista | Libertad Digital

En la escapada de la etapa de hoy de la Vuelta a España se había colado un tal Niko Vinokourov. Hace años que no sigo el ciclismo, pero del padre de ese chico sí que me acuerdo: Alexander Vinoukurov, kazajo, ganó la Vuelta en 2006 como jefe de filas del Astaná, el mismo equipo en el que compite su hijo, y del que él es director deportivo. Es de esos apellidos que se te quedan, como Jalabert (Laurent) o Abdoujaparov (Djamolidine).

A Niko Vinokourov le han chafado la escapada unos manifestantes anti israelíes, pese a que de los tres escapados ninguno era ni de esa nacionalidad ni del equipo Israel Premier Tech, al que todos los niveles del poder en España quieren echar de la vuelta porque, bueno, se llama Israel. A diferencia de lo que sucede con los equipos Astaná, UAE o Bahréin, al Israel Premier Tech no le financia el estado israelí sino empresas propiedad de un millonario, que con su condición de judío se ha ganado ya dos motivos para ser odiado por los de las banderas palestinas. Es curioso lo de las banderas: trapos de colores cuando son banderas occidentales quemadas por zurdos radicalizados, símbolos sagrados cuando representan a dictaduras tercermundistas. Igual que Niko Vinokourov ha seguido a su padre Alexander, las pintadas de Hamás Mátalos son hijas de aquellas de ETA mátalos con las que Bildu, que entonces se llamaba Herri Batasuna o Euskal Herritarrok, amenazaba a la disidencia. De padres a hijos. En el caso vasco, a hijos de puta.

A estas alturas no hay nada nuevo que se pueda decir sobre la guerra de Gaza y el conflicto palestino en general. Son ya ocho décadas y la extrema izquierda siempre ha apoyado a los terroristas que violan niñas y celebran cada asesinato de un israelí como una Champions League. Gaza era un lugar moderadamente habitable en octubre de 2023; había dos docenas de alojamientos listados en Booking.com, concesionarios de coches y restaurantes con vistas al mar. Cientos de millones de euros llegaban desde el exterior cada año procedentes de todas las instituciones imaginables. Habría sido aún mejor sin tener al mando a una banda de lunáticos sedientos de sangre robando como locos, pero aun así. Proliferan las fotos del antes y el después, convertidas ahora las calles de Gaza en escombreras al aire libre. Las guerras son una mierda. Por eso conviene no empezarlas. Nada de todo esto hubiera pasado si los animales de Hamás se hubieran quedado en sus casas pegando a sus mujeres o violando cabras, o lo que sea que haga un terrorista palestino en su tiempo libre.

Todas las cifras de muertos y heridos que todos los medios repiten día tras día son falsas. Todas las historias lacrimógenas que salen de Gaza son falsas. Las listas de "periodistas asesinados" son falsas. Todo lo que los propagandistas palestinos decían antes y han dicho después de la razzia medieval del 7 de octubre es falso. Lo sabemos porque toda esa propaganda proviene de la misma gente que le puso una escopeta de dos cañones en la cabeza a un bebé que lloraba en su cuna y apretó el gatillo, la misma gente que se grabó fusilando adolescentes en minifalda en un concierto, y la misma gente que quemó vivos a niños delante de sus padres y quiso que quedara registro de ello porque no era algo de lo que avergonzarse sino de lo que estar orgulloso. Aquello fue una pequeña muestra de lo que los terroristas palestinos harían a todos y cada uno de los israelíes si pudieran. Eso sí que sería un genocidio. Lo que se vive hoy en Gaza no lo es, es una guerra, destructiva y horrenda, como todas, pero iniciada por Hamás. La proporcionalidad en la guerra no existe. Existe ganar y existe perder. E Israel prefiere ganar. Como todos. Lo llaman genocidio para poder acusar a cualquiera que no se trague sus tesis de ser un genocida. Un nazi, en suma. Sólo que a algunos nos da bastante igual.

Tengo la peor opinión posible de Netanyahu, un tipo que debería haber dimitido por su catastrófico papel en permitir que el 7 de octubre llegara a suceder, pero si militantes ociosas de crucero por Menorca como Ada Colau y Greta Thunberg me van a hacer escoger entre Israel y Hamás, espero que a la marina israelí le queden torpedos.

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