
El Presidente del Gobierno anunció esta semana que España incrementará su ayuda a Palestina en 160 millones de euros, lo cual es cuanto menos curioso teniendo en cuenta que España sigue sin presupuestos y que no se prevé que puedan aprobarse a corto plazo.
Sobre todo, porque esta ha sido la excusa para negarle a los enfermos de ELA la financiación requerida para hacer realidad la ley que fue aprobada por el Congreso en octubre de 2024. La ley ELA (Ley 3/2024) necesita de unos 200 millones de euros anuales de financiación para poderse llevar a cabo, pero casi un año después de su aprobación estos siguen sin llegar y, según el activista Jordi Sabaté, al menos mil enfermos de ELA han fallecido desde entonces.
Es necesario recordar que la ELA es una enfermedad degenerativa durísima que va quitando la movilidad al paciente poco a poco hasta que este pierde la capacidad de andar, comer, hablar o respirar por sí mismo. Los afectados necesitan de asistencia sanitaria durante las 24 horas del día y esta no está siendo sufragada por la Administración, lo que provoca que sus familias tengan que dedicar miles de euros todos los meses para mantenerlos con vida. La consecuencia final de esto es clara: muchos enfermos optan por la eutanasia con tal de no llevar a sus seres queridos a la ruina.
El trato que Pedro Sánchez ha dispensado a los enfermos de ELA durante estos años ha sido atroz. Primero, en 2022 usó a la Mesa del Congreso para durante casi dos años tener a la Ley ELA guardada en un cajón, simplemente porque quienes la habían presentado era el grupo parlamentario de Ciudadanos. Después de muchísima presión por parte de la sociedad civil, en esta legislatura cedieron y la aprobaron haciéndose el propio presidente multitud de fotos con los enfermos y sus familias. Sin embargo, ese compromiso se fue tan pronto como vino: Sánchez afirmó que, aunque la ley estaba formalmente aprobada, sin presupuestos no podía hacerse efectiva y que no se podían sacar de ninguna parte los recursos necesarios para que las ayudas llegaran.
Me veo en la obligación de aclarar que esta afirmación es rotundamente falsa, pues perfectamente se puede lanzar un Real Decreto-Ley que apruebe esta financiación extraordinaria y que, para mayor bochorno, la cifra necesaria para ello es pírrica en un país que ha batido su récord de recaudación alcanzando los 300.000 millones durante 2024. Es increíble que el presidente sí pueda aflorar de la noche a la mañana 160 millones para un país extranjero –con el riesgo añadido de que parte de este dinero se use para financiar a Hamás– y, por el contrario, sea incapaz de poner sobre la mesa 200 millones para ayudar a unos ciudadanos con los que ha adquirido un compromiso y que sufren una de las peores enfermedades que se pueden padecer.
Lo que se esconde detrás de todo esto no es más que un vil chantaje a la oposición para que le voten los presupuestos: al presidente no le importa que mil personas hayan muerto sin ver materializados los derechos que les son reconocidos por nuestro ordenamiento jurídico y que muchos de ellos hayan elegido morir para no ser un lastre para sus familias, lo único que le importa es poder aprobar unas cuentas que le permitan seguir con sus posaderas en Moncloa otro año más.
Les voy a dar un dato que les dejará helados: según el Ministerio de Sanidad, cerca del 20% de todas las eutanasias que se han practicado en España desde que se aprobó la ley en 2021 se corresponden con enfermos de ELA. ¿Cómo puede Sánchez dormir por las noches después de haberle dado a los enfermos su palabra y ahora usarlos como una sucia moneda de cambio? ¿Es que no le queda el menor rastro de decencia a este individuo?
Según la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, uno de los rasgos más identificativos de la empatía es el narcisismo y la ausencia total de empatía. Que el presidente, con tal de conseguir sus objetivos políticos, pueda actuar como si nada mientras tantas personas sufren de una manera tan desproporcionada su ambición de poder desmedida es, sin duda, la prueba más evidente de que algo en su mente no funciona como debería.
Quien es capaz de usar la muerte de un millar de seres humanos como chantaje político ha cruzado una línea que ningún dirigente digno de ese nombre debería traspasar jamás. Porque, al final, cuando un gobernante pierde de esa manera la empatía, sólo le queda la frialdad del verdugo.
