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¡No a la guerra!

Lo único que quiere Sánchez es poner en evidencia al PP por no apoyar la causa palestina con el entusiasmo exigible.

Lo único que quiere Sánchez es poner en evidencia al PP por no apoyar la causa palestina con el entusiasmo exigible.
EFE

No hay más que ver al marido de Begoña Gómez mondarse con su risita truculenta de malo de película de serie B para darse cuenta de que el sujeto está seguro de haber encontrado un filón con Gaza. Ya su rostro no dibuja pesadumbres. Ya se disiparon las sombras que oscurecían su tez. Hasta ha engordado un poquito. Y no le falta razón al interfecto porque, con un secretario de Organización imputado, otro en la cárcel, una esposa acusada de un nuevo delito cada dos meses y un hermano y un fiscal general a punto de sentarse en el banquillo, de lo que se habla en todos sitios, incluida esta columna, es de Gaza.

No cabe duda de que los horrores que se están viviendo en la franja empequeñecen casi cualquier otra cosa que ocurra en el mundo (salvo Ucrania, donde lo que pasa sucede sin mediar provocación). Pero, la cuestión es que nada de lo que está haciendo Sánchez, da igual que sea acusar a los israelíes de genocidio, alentar y financiar a los batasunos para que revienten la Vuelta a España, retirarnos del festival de Eurovisión, que no nos caerá esa breva, o conseguir que expulsen a Israel de las competiciones deportivas, servirá para aliviar un ápice el sufrimiento de los gazatíes. Lo único que quiere Sánchez es poner en evidencia al PP por no apoyar la causa palestina con el entusiasmo exigible. Si no fuera por no emplear la palabra "genocidio" les acusaría de no abrigarse con la kufiya o de no enarbolar la bandera palestina o de no adherirse al "desde el río hasta el mar" que en su día proclamara Yolanda Díaz.

Piensa Sánchez y su gabinete estratégico que es una manera muy parecida de recuperar el pulso político a cómo el mismo PSOE lo consiguió en 2003 con el "no a la guerra". El mensaje es parecido, pues tanto entonces como ahora se apela al pacifismo visceral de la mayoría de los españoles. Y la incapacidad del movimiento para detener los dos conflictos es, entonces y ahora, total y absoluta. De modo que las manifestaciones, los altercados, los ladridos, los improperios no tienen ninguna utilidad práctica pacifista, sino que tan sólo sirven para disminuir las perspectivas electorales del PP. Así fue ayer y así es hoy.

Sin embargo, hay dos diferencias. La primera no es un inconveniente para Sánchez. En la época del "no a la guerra" era el PP el que gobernaba y era a su Gobierno al que se acusaba de respaldar la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, como efectivamente hizo. Ahora quien lo preside es Sánchez. Y Feijóo, desde la oposición, no sólo no puede respaldar a Israel en el modo de conducir la guerra de Gaza porque no gobierna, sino que tampoco querría hacerlo si fuera presidente. Pero da igual, en los dos casos, es el PP quien queda expuesto a escarnio público. La segunda diferencia es mucho más grave. En 2004, para que el "no a la guerra" terminara de lograr su última finalidad, que el PP perdiera las elecciones generales de 2004, no bastaron las manifestaciones "pacíficas" con el Cojo Manteca rompiendo mobiliario urbano, sino que hizo falta también un atentado terrorista con casi doscientos muertos. No conviene olvidarlo.

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