
Con Podemos nunca se sabe dónde empieza la ignorancia y dónde acaba el oportunismo. La cuestión se plantea por la guerra que se ha declarado entre ese partido, ahora reducido a la insignificancia parlamentaria, y el de Puigdemont, cuya insignificancia parlamentaria no le priva, sino que le concede un papel capital en la supervivencia de Sánchez. No hace falta poner la lista de las cesiones que se han hecho para mantener el apoyo del prófugo y continuar, a trancas y barrancas, una legislatura fallida. Son conocidas. Pero una de las últimas exigencias de los separatistas catalanes, aceptada dócilmente por el socialismo, ha reventado las costuras del segundo Frankenstein. Con la inmigración hemos topado, diría aquel, aunque más bien hemos topado con las guerras entre partidos por un trozo del pastel electoral.
El pretexto de la riña es la delegación de competencias de inmigración a Cataluña pactada por PSOE y Junts, asunto que a su vez responde a la guerra electoral propiamente catalana entre los separatistas de siempre y el ascendente partido de Silvia Orriols. Podemos no sólo ha votado en contra, haciendo piña con el PP, Vox y UPN. Además, ha llamado racistas a los de Junts en el debate en el Congreso y el propio Iglesias ha puesto al nivel de cooperadores necesarios de los racistas a sus "amigos" Rufián y Tardá, ahora quizá examigos, en una tertulia en TV3 en la que le han cortado el micrófono. Los "racistas" han contraatacado y el rifirrafe continuará. La gracia del asunto es que Podemos llame racistas a quienes fueron sus aliados y que Junts acuse de "anticatalanismo" o de aplicar "un 155" al que fue su principal amigo en el hostil Madrid.
El partido que antes dirigía abiertamente Iglesias justifica su voto en contra por el "racismo" que advierten en la exposición de motivos de la proposición de ley. Pero si uno lee la tal exposición, verá que lleva todas las salvaguardas políticamente correctas que se exigen hoy en día. Dice que la inmigración reporta beneficios, que es necesaria, que es una riqueza o cosas por el estilo. Dice también que Cataluña ha sido capaz de integrar "en la catalanidad" a los que llama recién llegados "ofreciéndoles un futuro mejor", motivo por el que tendrán que estar agradecidos a la "catalanidad". Sólo después delata, en unas pocas líneas, cuál es el problema que preocupa: "el impacto que representa (la inmigración) para la lengua catalana". Acabáramos.
Acabáramos y empezáramos. Porque es lo de siempre. Lo de siempre del nacionalismo catalán. En tiempos, le preocupaba el impacto que tenían los "de fuera" sobre la pureza de la raza. Ese "de fuera" se refería al resto de España. Luego, una vez desacreditadas las doctrinas racistas, el impacto que más le ha preocupado era el que citan ahora, el de la lengua. Una manera de enmascarar la vieja obsesión. Hay que desconocer mucho el nacionalismo catalán para ignorar que eso que Podemos llama ahora "racismo" es rasgo estructural de este nacionalismo (y otros). Cuando los nacionalistas catalanes muestran su "racismo" hacia los españoles y hacia la población catalana que no es separatista o que habla español, Podemos no pone objeción. Al revés, se suma a los "racistas". Los apoya. Entonces no es "racismo", sino "conciencia nacional". Sus acusaciones de ahora no tienen ninguna credibilidad. Son puro oportunismo. A ver si pierden todos la batalla final.
