El viaje de la flotilla pro-Hamás ha llegado a su fin tras una larguísima peripecia de un mes de navegación en el que se ha ido pasando de lo ridículo a lo grotesco, pero que siempre ha tenido como telón de fondo la ignominia propia de una operación de propaganda antisemita y a favor de una de las peores bandas terroristas del planeta, que encima ha alcanzado un éxito singular en los medios y, peor aún, en la política e incluso en el Gobierno.
Decimos que el viaje de la flotilla ha terminado y es así: Ada Colau, Greta Thunberg y 'Barbie Gaza' podrán por fin volver a sus hogares, como por desgracia podrán hacerlo también otros personajes cuya vinculación con los terroristas de Hamás debería estudiarse, ya que todo el tinglado es, tal y como ha quedado de sobra desvelado, un montaje orquestado por organizaciones tan cercanas al grupo terrorista islamista que es imposible decir dónde terminan las unas y dónde empieza la otra.
Sin embargo, lo más probable es que la insoportable matraca antisemita que ha supuesto esta flotilla de pacotilla esté muy lejos de terminar. Los partidos de la extrema izquierda más allá de la extrema izquierda del PSOE, las organizaciones presuntamente pro-palestinas pero en realidad antisemitas y una gama variada de sindicatos, asociaciones y grupúsculos van a aprovechar la extraordinaria atención mediática dedicada a la flotilla para seguir lanzando su mensaje de odio y, en algunos casos, para seguir tratando de obtener rédito político de esas muertes que con tanto aspavientos denuncian. Por no hablar de una prensa que, como se ha visto especialmente en su reacción al plan de paz de Trump, está completamente entregada a la propaganda de Hamás.
Así, finiquitada la flotilla vamos a asistir a algaradas parlamentarias, manifestaciones callejeras y todo un largo catálogo de escenas pensadas para agredir a Israel, crear un ambiente de judeofobia y cargar contra los partidos de la oposición.
Lo cierto es que este era el único propósito real de este timo montado alrededor de una flotilla cuyos organizadores, integrantes y financiadores sabían perfectamente que no podrían llegar a Gaza, que no iban a romper ningún bloqueo ni a entregar esa supuesta ayuda humanitaria de cuya existencia cabe tener serias dudas. No en vano, cuando se les ha dado la oportunidad de tener una vía legal por el que lograr que llegase a Gaza lo han rechazado. Por otro lado, no deja de ser chocante que, si les creemos, estos presuntos héroes de la solidaridad solo se han negado a entregar la ayuda cuando realmente podían hacerlo, sino que se han paseado durante un mes por el Mediterráneo con toneladas comida y medicinas mientras la gente moría de inanición en Gaza. Insólito, indecente.
Por último, hay que constatar, y no ocultaremos que lo hacemos con cierta satisfacción, como esta maniobra propagandística que el Gobierno lleva meses explotando a costa del prestigio de España y de alimentar la ola global de antisemitismo se le está empezando a ir de las manos. El plan de paz de Trump y la espantada final del Furor –algún juez debería investigar la malversación de fondos públicos que ha supuesto el viaje a la nada de ese barco– han dejado a Sánchez y los suyos al pie de los caballos. De encabezar la turba han pasado a empezar a ser perseguidos por ella, porque siempre hay alguien más radical que tú dispuesto a señalarte, sobre todo si tu hipocresía es tan descarada y gigantesca.
Sí, puede que gracias a Gaza se hable menos de los problemas con la Ley de David Sánchez y Begoña Gómez, pero cada día es más probable que al Gobierno la conversación sobre lo que ocurre en la Franja acabe resultándole casi igual de incómoda.

