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La llamada del hogar

El camino viene marcado por la evolución de la cartera, ese reflejo perfecto de la evolución de nuestra relación con el mundo.

Todo comenzó con la invención de la rueda, aunque, si nos paramos a pensarlo, quizá la cosa se remonte todavía más atrás: el primer sílex tallado, la primera hoguera, el primer divorcio por antílopes pintados en las paredes del salón. Desde siempre, en cualquier caso, el progreso del hombre ha podido resumirse en un ir virando poco a poco de la inmensidad del mundo a la cotidianeidad de sus asuntos, una forma como otra cualquiera de decir que lo importante es proyectar un hogar. Y así hemos vivido durante milenios: acortando las distancias con una voracidad tan enfermiza que lo paradójico es que nos sorprenda tanto, después del trecho recorrido, habernos quedado sin espacio.

Se domesticaron lobos para que hiciesen de perros pastores, se domaron caballos para ahorrarnos tiempo y esfuerzo, se ideó el barbecho, se construyeron carros, se instrumentalizó el vapor, se inventó la batamanta, se le dio un programa a Jorge Javier. Todo en la hilera de migas de pan que guían nuestra historia se diría un esfuerzo involuntario por no tener que movernos más que de la cama al baño y del salón a la cocina. Pero hoy, para sorpresa de antropólogos, supongo, nos escandaliza el precio y el tamaño de unos pisos que nos permiten sacarle uso a todas esas estancias de manera simultánea. Ciertamente, cualquiera diría que lo que verdaderamente nos define como especie es nuestra necesidad ancestral de quejarnos por vicio. Aunque ni siquiera tengo tiempo para analizarlo porque me interesa más lo que vendrá.

El camino viene marcado por la evolución de la cartera, ese reflejo perfecto de la evolución de nuestra relación con el mundo. Parece que fuera ayer cuando todavía nos costaba introducir en los bolsillos esos enormes rectángulos de cuero con monedero incorporado, tarjetero, jarcias, velas, botavara y demás utensilios necesarios para salir de casa sabiendo que, de terciarse, a ella podríamos volver habiendo descubierto un nuevo continente. Después llegó lo digital. Digitalizamos la moneda, convirtiéndola en papel, primero, y de ahí la pasamos al plástico para después disolverla en la nada, en una especie de cadena de reciclaje que ilustra perfectamente nuestro reciclaje vital. La cosa desde entonces ha consistido en encapsular nuestra vida en nuestros dispositivos móviles para tener más libertad de movimientos mientras la cargamos a cuestas, como los caracoles, que deben ser tan lentos porque no saben muy bien adónde ir. Al final, estamos tan sólo a un par de avances revolucionarios en materia de ropa de abrigo y de catéteres portátiles para no necesitar ni techo, lo que haría de nuestro vaivén planetario algo así como una espiral confortabilísima. Bien mirado, la iniciativa del Gobierno de atacar el problema de la vivienda abriendo una línea telefónica para empoderar a quien lo necesite es problemática únicamente por lo adelantada que está.

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