
Se conmemora estos días en Francia a un profesor que fue asesinado hace un lustro. En la patria de Voltaire, de Condorcet, de Camus, de tantos filósofos que enfrentaron la superstición, el terror y el dogma, este profesor iba a dar clases con un martillo en la mochila porque había sido amenazado de muerte. De nada le sirvió porque en el parking del instituto donde daba clases de Historia y Valores Éticos en las afueras de París, un inmigrante islamista lo degolló y lo decapitó. Algunos alumnos habían señalado al asesino quién era y varios compañeros suyos habían renegado de él. Su delito había sido tratar de educar a sus alumnos en la libertad de expresión, tanto en la teoría como en la práctica. Les propuso un estudio de caso: la masacre en la sede de la revista satírica Charlie Hebdo que había publicado unas viñetas sobre Mahoma. Los musulmanes radicales las habían calificado de ofensivas para sus sentimientos religiosos y tachado de blasfemas, por lo que se habían creído en la obligación de matar a los humoristas. El dilema planteado a sus alumnos fue ¿hay que no publicar estas caricaturas para evitar la violencia o hay que publicarlas para hacer vivir la libertad? Esta pregunta podría ser el epitafio de la V República que no fue capaz de defenderlo.
Hay tres simbólicas palabras francesas que son conocidas en todo el mundo: liberté, egalité, fraternité. Con el asesinato del profesor a manos de un islamista, que había sido empujado por una manada de musulmanes fanatizados en las redes sociales, no solo se mató a un profesor, sino que también se masacró una idea de Francia, la de la república ilustrada y laica. También la idea liberal de Europa. Y la idea civilizada de Occidente. Desde entonces, un tsunami de miedo está arrasando los claustros galos, en los que nadie, evidentemente, volverá a tratar el tema de la libertad de expresión en relación con viñetas religiosas sin sentir la espada de un Damocles islamista sobre la cabeza. Literalmente. No ayuda, evidentemente, que hace un par de años fuese asesinado otro profesor por un fanático musulmán que declaró odiar los valores liberales representados por la enseñanza pública –de la laicidad a la libertad de expresión pasando por la igualdad entre sexos–, y a los profesores porque estos transmiten el amor por el Estado de Derecho, la democracia y los derechos humanos.
Desde la clase de marras hasta el asesinato pasaron unos pocos días, durante los cuales la directora del instituto marcó distancias con el profesor, un inspector de educación le dio un sermón sobre lo mal que había aplicado el laicismo y un par de profesores del instituto enviaron correos electrónicos a toda la comunidad educativa renegando de su compañero. En lugar de poner de patitas en la calle a la alumna musulmana que lo había difamado y poner una denuncia al padre de la calumniadora, que había desatado una caza de brujas en las redes sociales con el inestimable apoyo del imán de su mezquita, la directora, los burócratas y los profesores acobardados habían puesto en la diana de los terroristas fundamentalistas al docente que se tomaba en serio su profesión, sus alumnos, la enseñanza, el sistema educativo público y el Estado de Derecho.
En Solo ante el peligro, Gary Cooper se tiene que enfrentar a una jauría de asesinos mientras el resto de los ciudadanos le abandonan por miedo. Pero Cooper era el sheriff, tenía armas y formaba parte de su profesión enfrentar el peligro proveniente de delincuentes. Además, le protegía el código hollywoodense según el cual el protagonista nunca muere y finalmente, tras algún que otro tropiezo, vence a los malos en el salvaje Oeste americano para volverlo algo más civilizado. Pero en el salvaje Suburbio francés son los malos los que están ganando y la civilización la que está perdiendo al ritmo al que Francia se convierte ella misma en un suburbio de Catar y cambia los valores republicanos y el laicismo por los comunitaristas y la sharia.
Nuestro profesor se podía haber pedido una baja por depresión o lo que fuese, pero eligió seguir yendo a dar clases, en una soledad total, abandonado por todos. Es el símbolo no solo de Francia, sino de Europa y Occidente, devorados por el monstruo ideológico del multiculturalismo que ha creado una pinza entre la izquierda y el islamismo: un islamista lo asesinó, pero fueron colaboradores necesarios la vil directora, los compañeros abyectos, los miserables alumnos, los burócratas despreciables y, sobre todo, los intelectuales que criticaron al profesor por no haber sido lo suficientemente inclusivo, diverso y pluralista. Como sostuvo Voltaire, "Écrasez l'infâme" (Aplastad al infame), refiriéndose al fanatismo clerical, pero también a los enanos sobre los que se suben los terroristas para disparar más lejos. La noche antes del crimen, el profesor envió un correo electrónico a sus compañeros en el que se mantenía firme en sus principios de respeto a los principios liberales de defensa de la libertad de expresión y de separación entre el Estado y las religiones. Pero también escribió: «debería haber ido más allá de estas nimiedades legales y haber evitado cometer un error humano». Harto de la falta de fraternidad, deprimido por el desprecio a la igualdad, cansado de que la libertad en Francia ya no valga un pimiento, el profesor debió de pensar que al diablo con todo y que por qué no habría hecho una clase banal, trivial y de aliño en lugar de meterse en camisas de once varas con gente que no solo no merecía su atención sino que es incapaz de comprender los principios fundamentales de una sociedad abierta y de la enseñanza crítica. Y sí, por un lado, quisiéramos que nunca hubiese dado esa clase y que siguiera entre nosotros aunque fuese de una manera anónima. Pero, por otro lado, honramos su ejemplaridad y su memoria relatando su historia para evitar que los asesinos tengan la última palabra, de manera que las razones y los argumentos se impongan a las balas y los cuchillos. Hagamos lo posible para que nunca se olvide su nombre: Samuel Paty.
