Si algo ha acreditado sobradamente el presidente del Gobierno desde que llegó a la política es su voluntad de mandar a despecho de cualquier otra consideración. Una vez al frente del Gobierno de España, Pedro Sánchez sigue dando muestras preocupantes de que no aceptará pacíficamente la alternancia que distingue a los sistemas democráticos. Sus últimos movimientos al frente del Ejecutivo y la forma con que está tratando de polarizar la sociedad española nos abocan a una crisis política, que se va a ir agravando a medida que se acerquen las elecciones.
Dos son los elementos esenciales en la estrategia de Sánchez para mantenerse en La Moncloa o, en caso de verse forzado a abandonar el Gobierno, seguir pilotando la nave izquierdista para volver al poder en la siguiente legislatura. Por un lado, se trata de introducir en el debate público asuntos tangenciales que no tienen una relevancia real, pero contribuyen a exacerbar las contradicciones en las filas del centro-derecha. Es lo que está haciendo con el aborto, la respuesta a la inmigración ilegal o la reciente operación de propaganda propalestina, donde las discrepancias entre los partidos de la oposición desembocan, no pocas veces, en agrios enfrentamientos. A Sánchez le interesa fortalecer a Vox y a cualquier otro invento partidista que reste votos a PP, una estrategia que le permitiría revalidar el Gobierno Frankenstein tras la próxima cita con las urnas.
La otra gran operación del sanchismo, una vez descabezadas las baronías que podrían hacer sombra al líder desde posiciones de cierta sensatez, es absorber el voto de toda la izquierda haciendo suyas las propuestas de las formaciones antisistema que le acompañan en esta aventura. No es casual que los socios que mantienen en pie al sanchismo estén cayendo a plomo en todas las encuestas, como ocurre siempre que un partido minoritario se entrega incondicionalmente al que posee una posición hegemónica.
A esa doble estrategia hay que añadir la soberana falta de escrúpulos de Sánchez en el ejercicio del poder político, que le ha permitido incumplir metódicamente sus promesas electorales y, lo que es más preocupante, corromper a las principales instituciones democráticas para ponerlas a su servicio, con la Justicia en lugar destacado. Nunca antes hubo en España un Tribunal Constitucional dispuesto a validar todas las tropelías del Ejecutivo para satisfacer a sus socios parlamentarios, un elemento capital sin el cual no puede explicarse que Sánchez pretenda agotar la legislatura, como si la política española discurriera por cauces de normalidad.
La agitación política desde el Gobierno y la polarización creciente de la sociedad nos aproximan a una situación en la que no resultan descartables episodios crecientes de violencia callejera que hagan imposible la celebración de elecciones generales en un clima de tranquilidad. El PSOE ya lo hizo en las jornadas que siguieron al 11-M y en aquellos momentos los socialistas no eran, ni de lejos, tan fanáticos y faltos de escrúpulos como lo son en la actualidad.

