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Malsines en la cárcel

¿Qué es un malsín? Un cizañero, un soplón, un delator, un acuseta, acusete o acusica, un chivato, un concitador, un salivoso.

¿Qué es un malsín? Un cizañero, un soplón, un delator, un acuseta, acusete o acusica, un chivato, un concitador, un salivoso.
José Luis Ábalos y Koldo García en un acto público en 2019 | Europa Press

Cuando los delincuentes, o presuntos delincuentes, entran en la cárcel de forma sentenciada o preventiva, se agiganta en su interior la tentación de acrecentarse como malsines. ¿Qué es un malsín? Un cizañero, un soplón, un delator, un acuseta, acusete o acusica, un chivato, un concitador, un salivoso. Es natural querer salir de allí o permanecer entre rejas el menor tiempo posible.

Me advirtió de la relevancia de esta palabra, malsín, en ámbitos judiciales el ex comisario de Policía Diego Martínez González, al que conocí durante la investigación del caso Juan Guerra junto al inspector José Antonio Vidal, ya fallecido. Eran miembros de la Policía Judicial al servicio del juez Ángel Márquez, que también fue sometido a una cacería sistemática por el hecho de intentar aplicar la Ley.

Me contó Diego, que con otros compañeros acaba de publicar un libro, Policías al desnudo, en la editorial Mirahadas, del que escribiremos más ampliamente en otra ocasión, que una vez fue acusado de todo tipo de fechorías por alguien a quien investigó eficazmente y que el juez que archivó el asunto calificó al denunciante de "malsín, querulante y sicofante".

O sea, que además de querellante patológico y calumniador, era un salivoso, como llaman al chivato en la jerga del hampa (condensada en ese libro), un malsín, alguien cuya lengua malsina, esa lengua a la que no tenía miedo don Miguel de Unamuno según le reconoció Antonio Machado.

Intrigado, busqué la palabra para comprobar sus orígenes y me encontré con estos versos del romancero del Cid en castellano antiguo de la mano de Quevedo:

Estando en cuita y en duelo,
denostado de zofrir,
el Cid al rey don Alfonso
fabló de esta guisa; oíd:
Si como atendéis los chismes
de los que fablan de mí,
atendiérades mis quejas,
mi sandez toviera fin.
No supe vencer la invidia,
sí supe vencer la lid,
pues hoy desfacen mis fechos
los dichos de algún malsín.

Con todo, en el libro El Político, de nuestro Azorín, hay una glosa minuciosa del malsín. Exponía el escritor en su Consejo X a los que pretenden servir a la cosa pública que conocieran bien a quienes se le acercaban: "Rodean a todo hombre de influencias gentes de toda suerte y catadura; unos son buenos, discretos y leales; otros son galopines, truchimanes y trapisondistas. Éstos se introducen en la privanza y valimiento de los políticos por medio de la asiduidad y la lisonja." O por otras vías.

Pero se centraba en los malsines, también llamados galopines, que tienen todos, no se crean, mucho seso y sagacidad. Azorín recomendaba a los neófitos: "Conózcalos a todos el político; sepa cómo vive éste y el otro; qué negocios lleva entre manos; de qué se sostiene; qué es lo que ha hecho y qué es lo que hace; cuáles son sus secretas idas y venidas. El político lo sabrá todo punto por punto; si la gente murmura de alguno de los que le rodean, él sabrá cuáles son los motivos que tiene para murmurar. Pero no dé a entender a nadie el político, y menos a los interesados, que conoce sus malos pasos; él hará como que no sabe nada."

Eso sí, llegará un momento en que el malsín le pida lo que realmente le interesa. Es un momento decisivo. Cuando llegue una ocasión "en que el galopín espere hacer la suya; cuando crea que él debe ocupar tal o cual cargo, el político obre con discreción: pase con buenas palabras al malsín; no le dé el cargo ni le otorgue comisión de confianza; alegue un compromiso inevitable; y de este modo, sin ruido, sin escándalo, podrá ir haciendo poco a poco la labor de selección y determinando que el truchimán se canse y le abandone." Pero no todos los políticos repudian a los malsines, sino que hay quienes los nutren y los arriban.

Claro que Azorín se refiere a políticos de verdad, de esos que pretenden satisfacer el interés general incluso cuando sea desde un maquiavelismo inteligente, no a los impostores ni a los farsantes. Por eso va y dice: "Feijoo (se refiere al Padre Feijoo, claro está) no puede contener la risa; la raíz del maquiavelismo está en nuestra naturaleza. ¿Quién afirma lo contrario? ¿Lo afirmará Gracián? ¿Lo afirmará Saavedra Fajardo?"

Cuando entra en liza no un político sino un canalla, que ha usado a malsines para conseguir el poder y luego por su propio interés los maltrata, ¿qué puede esperar si tales elementos entran en la cárcel? Pues haría bien en sospechar que darán paso libre a la apoteosis su naturaleza, que no es otra que la de cizañar, soplar, delatar, acusar, chivatar, concitar o salivosear con tal de redimir el culo. Merecido lo tiene el miserable que los empoderó. Justo es que se sepa que él ha sido y es el gran malsín.

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