
Cuando Berlanga estrenó su "Todos a la cárcel" a finales de 1993, con el gran Saza y otros actores legendarios, tuvo que decir en la prensa que no era el Gobierno socialista el que salía peor parado y que esperaba que los socialistas vieran la película con sentido del humor. Era la fase final del felipismo, cuando los escándalos de corrupción, inauditos y grotescos, salían a la luz prácticamente a diario y hacían que se tambaleara la aparente solidez del Gobierno. Como el poder seguía estando en manos de quienes estaba, era prudente, de ahí lo del cineasta, no dar por sentado lo que luego, dos años y pico después, se haría realidad. Pese a todo, González parecía indestructible, un caudillo al que sus huestes no iban a abandonar pasara lo que pasara, fuese cual fuese la magnitud de las fechorías de unos trepas que llegaron para robar.
La pregunta que entonces se hacía la gente era seguramente la misma que hoy vuelve a estar de boca en boca: ¿Qué más puede pasar? ¿Qué más puede pasar para que un Gobierno y un presidente pongan punto final a un esperpento en el que su lista de imputados, acusados y encarcelados crece y engorda, los casos de corrupción se reproducen como las amebas y los de acoso sexual están saliendo como las setas. Aunque a la luz de los últimos eventos noticiosos, léase la detención de Leire Díez, alias "soy la mano derecha de Santos Cerdán", y la del expresidente de la SEPI, hombre que fue de la ministra de Hacienda, la pregunta más ceñida es cuántos más del partido, da igual que sean ex, tienen que ir camino de los tribunales y de la cárcel para que suceda algo, ese algo que no se define, pero consiste en que una mano todavía sensata, por fin, baja el telón. ¿Tiene que entrar toda la Ejecutiva? ¿La mitad más uno, mayoría simple, del comité federal?
Lo de que un escándalo tapa a otro y cuantos más, mejor es una idea loca, pero probada en la práctica. Estamos, si bien se mira, en pleno experimento. La secuencia repetida embota los sentidos. La política espectáculo presupone y potencia espectadores que se pongan a bostezar cuando salga el siguiente del PSOE caminito de Jerez. Pero el efecto anestesiante del goteo de escándalos deja de funcionar en algún momento. Siempre llega la gota que desborda el vaso. Será mañana o será pasado, pero será. Mientras tanto, hay un Gobierno agónico, que no sabe cuándo llegará esa gota que lo liquidará, pero sabe que va a llegar. Que vive pendiente solo de eso. Un Gobierno que no es aquel de González, líder indiscutido, sino el de Sánchez, mediocre. Atado y constreñido. Incapaz de elevarse por encima, metido en el cieno de los pies a la cabeza. Ni siquiera se le encendió a Sánchez la lucecita de mitigar el último golpe a su panda de bribones con una fingida felicitación a María Corina Machado el día en que el mundo entero veía la ceremonia emocionante en la que su hija recibía, en nombre de su madre, el premio Nobel de la Paz en Oslo. Cuántas son las ataduras, dentro y fuera. Quién lleva la cuenta. Y cómo acabará esta historia. Si de Berlanga pasamos a Agatha Christie y a sus diez negritos (indios, según la corrección política), el final es fuerte: ¡y no quedó ninguno!
