Menú

Lo de Villamanín

Mientras hubo mina, Villamanín fue un pueblo esencialmente minero. ¿Subsistirá la vieja solidaridad de los hombres del pico y la barrena?

Mientras hubo mina, Villamanín fue un pueblo esencialmente minero. ¿Subsistirá la vieja solidaridad de los hombres del pico y la barrena?
Reunión en Villamanín (León), por el posible fraude en el primer premio de la lotería de Navidad. | EFE

Cayó y recayó el Gordo en el número que vendía la comisión de fiestas de Villamanín y todo eran risas y brindis hasta que el 23 de diciembre aparecieron más participaciones que décimos. Se habla de un desajuste de en torno a cuatro millones, el equivalente a una serie: cuatro mil euros menos por cada ochenta mil a cobrar, que en realidad se quedan en tres mil doscientos porque la vigésima parte la retiene Hacienda.

A cierto amigo mío, fundamentalista del coeficiente de caja del cien por cien, le ha parecido un nivel de reserva nada despreciable.

—Un encaje del noventa y cinco por ciento… quién lo pillara para los depósitos a la vista.

Ahora el pueblo anda dividido. No terminan de creerse que sea obra de un despiste; vislumbran intenciones aviesas.

—Los chicos no tienen la culpa. De haber emitido participaciones por encima de los boletos comprados, la ganancia no pasaría de doscientos o doscientos cincuenta euros. ¡Ojo, a repartir entre quince! A pocos extras que le echen, con eso no sacan ni para un kebab. Lo que me genera desconfianza es que nadie enseña las matrices de los talonarios. El día 16 se reunieron con el lotero. Ambas partes firmaron y dieron el «conforme», pero el día 23 resulta que se encuentran décimos no respaldados. Para mí, que alguien del entorno se los inventó después del sorteo, te lo dice Manolo. Nos quitan un cacho a mí, otro cacho a aquél, otro al de más allá, y la fortuna está hecha.

A Manolo, su fama de hombre sensato le precede en la comarca. «Tiene mucho pesquis», se escucha.

¿Acabarán en juicio? De momento, están en refriega, escenario nada halagüeño en una aldea de novecientos habitantes. Ya tienen motivo para odiarse lo que queda de siglo. Tampoco falta el memorial de agravios:

—¡No, no me conformo y me da igual que tu hijo entre en la cárcel! Haberlo pensado mejor cuando decidiste tenerlo con su padre en vez de conmigo.

Un americano sacaría de esto el remake idóneo de ¡Qué bello es vivir! En la película de Capra, el pueblo de Bedford se organiza para cubrir un accidental desfase de caja en la compañía de empréstitos del protagonista, George Bailey, que tanto se ha sacrificado por sus vecinos.

—Ahí, lo tiene usted —me comenta un conocido mío moralista, aspirante a reformador de costumbres por decreto—. Si en la televisión recuperasen la sana tradición de emitir películas preñadas de espíritu navideño y no especiales con Cristina Pedroche y demás horteras enseñando el cucu, la cosa se habría arreglado al día siguiente.

—La culpa la tiene el posconcilio —remacha un carroza.

Por cierto que, para Ayn Rand —esa novelista carente de sentido de la novela, así como de otros sentidos más esenciales—, el filme era propaganda subliminal a favor del New Deal, lo mismo que Juan Carlos Monedero ve la cara de Jomeini en todos los villanos de Disney de los años ochenta. Menos mal que Capra era del partido republicano.

Y como nosotros somos españoles —«muy españoles y mucho españoles», en palabras del clásico—, del lío de Villamanín no creo que saquemos un guion bondadosote, ingenuo y familiar, sino una nueva Vaquilla.

—Mientras lo que salga no sea otro Puerto Hurraco

—Así me gusta, señora, que confíe usted en las posibilidades del prójimo

Un chavalito de las juventudes socialistas, suplente en las listas para no sé qué ayuntamiento, coincide en su opinión con un cristianito a la moda, de esos que parecen que descubrieron ayer tarde el catolicismo de exhibición y hoy por la mañana se hicieron hakunos, del Opus, kikos o efettáceos.

—Nos ciega la codicia. Claro que a mí me corresponde lo que me corresponde. ¿Por qué tengo yo que pagar los errores de otro?

—Pienso lo mismo.

En una tregua que las partes se dan para beber agua y discurrir nuevos insultos, consigo hablar con un muchacho de la comisión:

—¿Tus padres qué te han dicho?

—Que si en vez de perder el tiempo organizando fiestas me dedicase a estudiar con ahínco, a estas alturas sería intelectual o incluso funcionario con plaza fija.

—Pues más premio que ése no lo hay.

—De eso mismo hablábamos esta mañana —interviene la madre—. Para qué conchos se enreda con loterías pudiendo colocarse en la Diputación.

Mientras hubo mina, Villamanín fue un pueblo esencialmente minero. ¿Subsistirá la vieja solidaridad de los hombres del pico y la barrena?

—Vayamos a no confundir. Una cosa es el carbón y otra, Loterías y Apuestas del Estado. No se líe.

Por entre el corro de víctimas, abogados de distintas trazas rulan sus tarjetas relamiéndose las fauces…

En España

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal