Después de 45 años de asesinatos, calamidades y engaños, ha comenzado un nuevo tiempo. Todo será mejor. La voz de la Moncloa repite sin cesar: disfruten del nuevo paraíso. El aspirante a dictador, sí, dicta su sentencia: está atento y padece. Alteración permanente y sufrimiento. El nuevo paraíso está al alcance de todos. Conseguiremos ser como los animales del bosque y las flores del campo. Todo ha comenzado de nuevo. La felicidad ni siquiera es ilusión. Es solo una sensación. Un sentimiento infantil de comienzo de vacaciones. Es la felicidad del pobre.
El aspirante a dictador diseña el mapa de entrada en el nuevo paraíso con pasión y sin mesura. Los indultos concedidos no son por razones de justicia y equidad sino por "utilidad pública". Naturalmente, la utilidad pública es lo que dice el nuevo Hierón. La republiqueta catalana no puede tener en la cárcel a sus héroes fundadores. Es menester normalizarla en el contexto de las repúblicas ibéricas, cantones y taifas de un territorio llamado "el país". Todo está claro. El aspirante a dictador balbucea a todas horas sus palinodias, rectificaciones oscuras, blanqueadas con el vocablo concordia. Paz. Todo por la paz.
¿Qué nos cabe hacer a quienes no soportamos la paz de cementerio? Todo, salvo el ridículo. Por un lado, los ciudadanos de a pie, aparte de dedicarnos a nuestro trabajo cotidiano, tendremos que protestar día y noche contra el proceso totalitario impulsado por el presidente del Gobierno. Y, por otro lado, los políticos constitucionalistas deberían tomarse muy en serio a su enemigo. Nadie confíe en que esto terminará en noviembre de 2023. Quizá ni siquiera convoque elecciones para esa fecha. Llegó sin apenas legitimidad y tratará de aferrarse al poder por las vías propias de las democraduras: el uso perverso de todos los mecanismos democráticos para imponer una férrea dictadura.
La concesión de los indultos a los golpistas catalanes es un ejemplo terrible, pero solo un ejemplo entre otro ciento, de la manera dictatorial que tiene Sánchez de desgobernar España. Porque todos estamos al borde del precipicio, porque los políticos demócratas y los ciudadanos normales perderemos por completo nuestros derechos y libertades, deberíamos rehuir como de la peste de tres actitudes, por desgracia, hoy muy comunes en los regímenes de democradura: retirada, más o menos mística, del mundo y sus ajetreos, grandilocuencia retórica a la hora de combatir al monstruo y aceptación frívola de la perversidad reinante. Arrojar alimentos a esas tres actitudes es la preocupación clave del nuevo Hierón de España.