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Agapito Maestre

Aznar y Cataluña

Tiene que ser terrible para Aznar ver la deriva de su partido a la hora de defender la unidad nacional.

Tiene que ser terrible para Aznar ver la deriva de su partido a la hora de defender la unidad nacional. El mayor bien de un país está a punto de desaparecer, dicen los optimistas. Yo soy más realista: tiendo a creer que ha desparecido por completo en los asuntos fundamentales. Me pongo en su piel y siento escalofríos. El hombre que refundó la derecha democrática española, que comenzó hablando catalán en la intimidad para que el secesionismo pujolista le prestara sus votos para ser investido presidente del Gobierno de España, podría pasar a la historia como el primer responsable de la ruptura final de la nación española. Tiene que ser muy duro para una persona aficionada a la historia de España imaginarse en los libros de textos al lado de Zapatero y Rajoy. Mal que bien González, dirán los futuros historiadores de la España desaparecida, consiguió detener la sangría nacionalista, pero luego llegó Zapatero que preparó la ruptura y Rajoy confirmó el desastre. ¿No será necesario que esos historiadores recuerden que Aznar puso a Rajoy en el poder?

El Presidente de Honor del PP no ha podido aguantar "el qué dirán" de él los historiadores. Quizá le importe menos parar la rendición de Rajoy al separatismo que cuidar su paso por la historia de España. En todo caso, estaba obligado a hacer algo que lo distinguiera de Rajoy. Era como cumplir con su deber ciudadano, o sea, de defensor de la ciudadanía española. No esperen mucho más, queridos lectores, del hombre que flirteó con Azaña sin tomarse demasiado en serio lo que era nuestro principal conflicto político e intelectual: el ser de España. Confórmense con la creación de un grupo de presión fuerte para influir sobre el todopoderoso Rajoy. Imagino que el primer objetivo de este grupo liderado por Aznar, conformado en torno a FAES, será enterarse de los planes de Rajoy y Sáenz de Santamaría sobre Cataluña. Quizá sea una tarea inútil y condenada a la melancolía, entre otros motivos, porque acaso no tengan ni plan ni calendario de rendición a los secesionistas.

En cualquier caso, es necesario felicitar a Aznar por su decisión. Su problema de conciencia era grave y ojalá lo haya solucionado con su dimisión de la honorífica presidencia del PP. La cuestión de fondo, sin embargo, no tiene solución, porque una inmensa mayoría de catalanes no quieren, o peor, no pueden entenderla. Es algo que los supera. ¿Qué es ser catalán al margen de España? Nada. Es su tragedia. ¿Dónde mirar para definirse como catalanes? Intentémoslo por el camino de la poesía. ¿Miremos, por ejemplo, a Jacinto Verdaguer, el padre de la poesía catalana? No, no, imposible, Verdarguer no vale, porque dijo que la patria chica era Cataluña y la grande España. ¿Miremos la vida y la obra de Joan Maragall? Cuidado, cuidado, nos dirá cualquier secesionista, que este hombre hablaba solo castellano en su casa; su esposa, su amada esposa, no hablaba catalán; un hijo del poeta lo recordó en un libro y contó que, cuando murió el cívico pensador, su madre fue tratada con cierta deferencia por los secesionistas que le dieron el pésame en castellano. ¿Miramos a Salvador Espriu? Miremos pero no nos fiemos, dirá el catalanista, porque tampoco Espriu llena. No es completo… ¿O es que acaso olvidamos que Espriu siempre mantuvo que su poeta, su modelo poético, nació en Valladolid y se llamaba Jorge Guillén?

En fin, ese complejo de distinción, me cuesta mucho llamarle de inferioridad, del nacionalismo catalán no tiene solución. Es una condena sin redención posible. Es el gran problema que tienen los españoles de Cataluña. Sin duda alguna, es un problema social y colectivo, pero también es personal, individual y psicológico. Terrible.

Sosiegue, pues, su ánimo, señor Aznar, mirándose en las obras de Gaudí y Dalí, de Balmes y Ramón y Cajal, de Cervantes y Quevedo, Unamuno y Ortega, etcétera… Ahí siempre pervivirá España. Eso jamás se lo podrá sustraer su sucesor en el poder del PP.

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