La pregunta hace sospechar que España no va por buen camino. Se trata de una arriesgada profecía. No es para tanto. Aunque, no parece una predicción estadística. Es, más bien, una premonición (con la advertencia implícita de un porvenir incierto), o mejor, un presentimiento; esto es, la sensación de que puede suceder.
Tiendo a evitar el sesgo del wishful thinking (mezclar el futuro posible con el deseable). En todo caso, prefiero el hateful thinking (temor de que se cumplan los presagios).
Este es el punto de partida del momento, en que estamos: la Transición democrática ha rebasado su ciclo de cuarenta años. Es lo que suelen durar algunos regímenes en la España contemporánea, no solo el franquismo. En la práctica, la Restauración de Cánovas se liquidó hace cien años, por consunción, después de cuatro decenios de “turnismo” de los dos grandes partidos.
Más que un ciclo de regímenes políticos, asistimos a un proceso secular. Se trata de una lenta y continua degradación de la idea misma de España. Ya no se habla de patria, ni siquiera de nación. Ahora, “España” es, simplemente, “este país”, o mejor, “el Estado”. Todo ello, en nombre del progresismo imperante. En los años treinta, José Calvo Sotelo expresó un deseo desesperado: “Prefiero una España roja a una España rota”. Pues bien, ahora tenemos “una España roja y rota”. Es lo que pasa con las dicotomías.
La paradoja es que España fue el primer Estado-nación de la historia, a finales del siglo XV. Quizá, es que los prematuros son poco viables. Es muy posible que Cataluña y el País Vasco (con Navarra) se constituyan, pronto, en países independientes. Casi lo son. En ambas regiones, la identidad española, apenas, se percibe a través de dos instituciones marginales: la Renfe y Correos.
Por un efecto de simpatía o de inercia, estallarán las autodeterminaciones de las otras regiones bilingües: Valencia, Baleares, Galicia. Puede que Canarias siga la misma estela independentista.
El problema de estas nuevas repúblicas independientes, situadas en el antiguo solar español, es que encontrarán muchas dificultades para incorporarse a la Unión Europea. Lo que es más grave, sufrirán un batacazo económico. Pero, la sarna, con gusto, no pica.
Cabe anticipar la pronta anexión de Ceuta y Melilla por Marruecos. Como compensación, es fácil imaginar que Gibraltar volverá a ser parte de España, realmente, de lo que quede de ella.
“Lo que quede de España” volverá a ser el núcleo histórico de Castilla, más la región aragonesa. Su porvenir económico y político no parece muy halagüeño. Sin embargo, ese es el sino de los tiempos.
Más que el porvenir de España, una abstracción, interesaría plantear la cuestión de a dónde van los españoles. Siempre ha sido una estirpe con gran vigor, que se crece con las adversidades. Esta, que le espera, es de mayor cuantía. Un hecho sorprendente de la última generación es que, por primera vez en la historia, Madrid se ha transformado en la zona metropolitana, económicamente, más desarrollada de la península ibérica. Por cierto, sería muy plausible el porvenir de (lo que quede de) España, asociada a Portugal. Parece un sueño.
Para el conjunto de los anteriores espacios españoles, es de prever un declive de la economía turística, no solo por los efectos de la pandemia. La alternativa económica será un auge del sector fabril, ahora, tecnológico.
La verdad es que las anteriores especulaciones pueden resultar bastante pesimistas. Reconozcamos que el pesimismo es un rasgo característico del uso adecuado del intelecto.