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Amando de Miguel

A vueltas con la memoria

El señor ministro de Universidades ha proclamado: "La memoria tiene cada vez menos sentido, pues está todo en internet".

El señor ministro de Universidades ha proclamado: "La memoria tiene cada vez menos sentido, pues está todo en internet".
El Ministro de Universidades, Manuel Castells. | EFE

El señor ministro de Universidades ha proclamado: "La memoria tiene cada vez menos sentido, pues está todo en internet". Parece una idea de casquero, que dicen los madrileños. Quiere ser un progreso pedagógico, pero se resuelve en un pensamiento adocenado y mostrenco. Sería digno del porquero de Agamenón. Ignora que la memoria es uno de los rasgos que distinguen a los humanos de los otros animales. Ciertos conocimientos elementales, como el orden de los números o de las letras, las notas musicales o los colores del espectro, constituyen los ladrillos primeros sobre los que se levanta el edificio de la cultura. Los alumnos de la enseñanza elemental memorizan la tabla de multiplicar, las letras de algunos poemas y canciones, los principales accidentes del mapa nacional o terrestre. Son saberes elementales para poder moverse por la vida y constituyen la base de toda suerte de oficios y profesiones. (Una nota: los estudiantes británicos aprenden la tabla de multiplicar hasta el 12, ya que ese número se maneja mucho en los cálculos dinerarios cotidianos. O quizá eso era en el pasado cercano). En la tarea de creación de cualquier científico, escritor o artista se utilizan de cutio rutinas archivadas en la memoria. Es una facultad indispensable para percatarnos de nuestra identidad.

La memoria es un dispositivo tan útil, en los campos más diversos, que me permite recordar que el ministro de Universidades es catedrático de universidad. El detalle es que no lo fue por oposición, como los demás, sino por decreto. Es un privilegio que se otorgó en su día al eminente médico Gregorio Marañón. Conviene merecerlo.

La idea del ministro no es caprichosa ni gratuita, como lo puede ser su gusto desconcertante por el macferlán hasta las pantorrillas. Su noción pedagógica sobre la memoria acompaña a la degradación de la enseñanza en España a lo largo de los últimos lustros. Al ministro le pagan para justificarla. Una población mejor instruida no caería abotargada por las drogas, el botellón, la lotería o el fútbol. Lo que es más sutil: esa población con mejores centros educativos sería más difícil de gobernar con tics autoritarios.

Es cierto que el Gobierno subraya la memoria, pero con la absurda calificación de "democrática". Con ello quiere indicar que la historia del último siglo, en España, es la que determina el Gran Hermano. De ahí que se fomente la iconoclastia de los monumentos e instituciones de la larga época del franquismo. Me pregunto si también va a borrarse la internet.

No quiero pensar cómo va a tratar la memoria democrática a personalidades como Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset, Juan March o Francesc Cambó. En su día auspiciaron la República, pero luego se avinieron a convivir con el franquismo, como millones de españoles.

No hay que confundir la memoria como capacidad de la inteligencia con el repertorio de datos que almacena la internet. La equivalencia sería tan estúpida como pensar que una enciclopedia sustituye al saber acumulado por el conjunto de las obras literarias o científicas. Para empezar, el acceso a todas esas fuentes necesita de un conocimiento previo, cual es el idioma y el mismo abecedario. Sin la facultad de la memoria, tales conocimientos serían inasequibles.

Me resulta penoso tener que aducir las anteriores obviedades, pero la declaración de mi ministro me ha llenado el alma de desasosiego. Me temo que, de cumplirse el diagnóstico del ministro del macferlán hasta las pantorrillas, se acabará el espectáculo de la canción, el teatro o el cine. La razón es que los parlamentos se deben a la extraordinaria memoria de los actores de tales representaciones. Un consuelo personal es que, como todo está en la internet, quizá ya no pueda avanzar la enfermedad de Alzheimer, por la que la memoria se va cayendo a cachos.

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