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Amando de Miguel

¡Abajo los deberes!

Los deberes escolares para casa (y para vacaciones) significan la necesaria disciplina para convertirse en adultos responsables.

Ya no se discute mucho que la gran dificultad de la sociedad española es la pérdida del valor del esfuerzo en el trabajo y en el estudio. De nada valen las reformas educativas si no procuran un incremento notable del espíritu de superación, lo que en inglés se dice con una palabra: achievement. Es la cualidad más necesaria en todas las personas con un mínimo de responsabilidad.

Lo malo es que las reformas educativas pueden contribuir un punto más a la tendencia de la pérdida del valor dicho. Por ejemplo, es el caso de la progresiva eliminación de las pruebas orales en todos los grados de la enseñanza y hasta en los procesos de selección de personal. Por no hablar de la continua rebaja en las exigencias de las tesis doctorales, de las oposiciones a cátedra universitaria, para citar el gremio que conozco un poco.

Lo contrario de la ética del esfuerzo es la consideración buenista que imprime la izquierda a sus iniciativas legales. No es solo que cada vez se exija menos a los escolares, desde la primaria hasta los másteres. La moda última, tenida por progresista, es la creciente facilidad de los deberes o tareas para casa que han de hacer los alumnos en la enseñanza obligatoria. En el más liviano de los casos se reducen a lo que antes no pasaba de ser trabajos manuales o prácticas recreativas. Se considera un atraso que los estudiantes se dispongan a leer de cutio libros que no son de texto.

Oigo atento esta increíble noticia: en la Comunidad Valenciana, dominada por la izquierda catalanista, se ha decretado la suspensión de los deberes escolares en la enseñanza obligatoria. Así, por las buenas. Es la exaltación de la pedagogía progresista que más se asemeja a la idiocia. Lo siento por las próximas olas de estudiantes que vayan a llegar a la Universidad de Valencia, donde yo profesé en su día.

No necesito acudir a solemnes testimonios doctrinales. Aduzco una ilustración sencilla. En la exitosa serie de La casa de la pradera resulta primordial la preocupación de que los chicos realicen cada día sus deberes escolares. Ahí reside el secreto del achievement que ha distinguido desde su constitución a la sociedad norteamericana. Se traduce, por ejemplo, en la enorme capacidad innovadora en todos los órdenes, desde la música y la ciencia a las series de televisión.

Los actuales pedagogos a la violeta insisten en que los escolares solo deben esforzarse, y tampoco mucho, mientras permanezcan estabulados en los centros de enseñanza. En casa solo deben preocuparse de divertirse, sorber líquidos coloreados y hacer todo el ruido posible. Pues no. Los deberes escolares para casa (y para vacaciones) significan la necesaria disciplina para convertirse en adultos responsables. Es un plausible fin que también se consigue con el deporte, el juego, la lectura, el manejo de las plataformas informáticas y otras actividades. Se trata de cultivar el esfuerzo y acrecentar la satisfacción personal. El odio a los deberes escolares para casa que manifiestan no pocos pedagogos y bastantes políticos es una proyección de su mediocridad.

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