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Amando de Miguel

Crecer en las dificultades

No estamos preparados para luchar contra las adversidades sin cuento que nos esperan.

Era una frase hecha, pero ahora suena un tanto retorcida y arcaica. Definitivamente, no es la nuestra una cultura del esfuerzo. Después de la ‘generación del desarrollo’ (tras los ‘años del hambre’), los españoles no parecen dispuestos a crecer en las dificultades; y cuidado que son ahora descomunales. Nada menos que la pandemia, que se atenúa (después de haber dejado muchas víctimas), y la hecatombe económica, que asoma. Puede que en el año 2020 se repita, de otro modo, una situación tan calamitosa como la que presidió la guerra civil y sus consecuencias. No estamos preparados para luchar contra las adversidades sin cuento que nos esperan. En todo caso, confiamos en que el Estado benefactor nos las resuelva. Todos los sectores atribulados esperan la taumaturgia de las ayudas del Estado, de Europa.

La gravedad del problema actual es que a los españoles se nos ha olvidado crecer en las dificultades. No nos sirve la experiencia. En el plano histórico, las grandes civilizaciones no se han dado en las tierras tropicales, siempre cálidas, sino en los climas que saben lo que es invierno y verano. En el plano individual, las vidas interesantes, creadoras, son las que testifican episodios dramáticos, difíciles de superar. En cambio, las biografías planas, sin sufrimiento, aparentemente felices, no suelen dar mucho de sí. La vida humana es también sufrimiento acumulado y superado, o al menos esto era así para los clásicos.

El caso es que en lenguaje cotidiano actual se ha arrumbado el adjetivo difícil para sustituirlo por complicado. Lo difícil es lo que solo se logra con mucho esfuerzo, trabajo, fatiga, dedicación o empeño. No es la nuestra una sociedad comprometida con tales virtudes. Bastante es que las cosas difíciles nos parezcan simplemente complicadas.

En el castellano clásico sí abundaban las frases con dificultad y sus derivados. Cervantes dice varias veces que "todos los principios son dificultosos, y los del amor dificultosísimos". Un español de hoy lo traduciría así: "Cuando se inicia algo, la cosa se hace muy complicada, y si es para ligar, complicadísima". Santa Teresa emplea muchas veces la voz dificultosísimo. Era la típica del talante ascético. Hoy no se sabe lo que es eso. Lo aprenderemos a golpes.

No se cae en la cuenta de que lo contrario de lo difícil es lo fácil; en cambio, lo opuesto a lo complicado es lo sencillo. Son dos dimensiones que no tienen por qué superponerse. La simplicidad es el gran valor de nuestro tiempo. Los estudiantes universitarios ya no han estudiado la regla de tres (suprimida hace tiempo de los programas del bachillerato), por lo que no entienden bien lo que es un porcentaje. La cacharrería informática nos ha acostumbrado a resolver problemas complejos, a calcular en tiempo real lo que antes demandaba una secuencia de arduos trabajos. En todo caso, lo difícil se aparca solo como juego, como ejercicio deportivo.

No es casual que en la sociedad de hoy triunfe lo simple en el estilo y la decoración, donde se establece el principio de ‘menos es más’. Los trámites y procesos todos tienden a simplificarse. Se nos ha olvidado que simple equivale también a decir tonto, ingenuo, sin muchas luces, dispuesto a dejarse engañar. Pero lo complicado se nos hace un poco cuesta arriba. Por lo menos así entendemos que hay salida, que la solución no va a ser difícil, es simplemente complicada.

En España

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