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Amando de Miguel

El Estado de malestar

Es gran error la confianza de que el Estado pueda proporcionar bienestar sin límite a la población necesitada.

En varias lecturas, noto, ahora, una inquietante tendencia gramatical a escribir la palabra “Estado” con minúscula. No se refieren al estado de la materia o de la mente, sino al Estado como persona jurídica, acaso la más poderosa y atosigante que ha existido nunca. Incluso, en el teclado de mi ordenador, algunas veces, cuando introduzco la palabra “Estado”, me la convierten en “estado”. Da la impresión de una respuesta aleatoria, lo que me produce incertidumbre.
Una de las funciones del Estado es la de canalizar una parte de los fondos producidos por la población ocupada a la suma de los inactivos. Esto es, los jubilados, amas de casa, estudiantes, otros menores, enfermos, discapacitados, parados, jóvenes en busca del primer empleo. Se trata de una suma que constituye el grueso del censo. Todo eso está muy bien; se llama “Estado de bienestar”, la forma más general de la solidaridad. Pero la cuestión inquietante es que, puede llegar un momento en que los ocupados empiecen a ser una escuálida minoría de la población. Es un síntoma de que el Estado de bienestar llega a ser de malestar. No hay forma de pagar la solidaridad.

Podría parecer una cuestión retórica. Hay otras. Por ejemplo, parece una desmesura léxica aceptar, literalmente, el adjetivo “unidos” a algunas instituciones grandiosas. No solo los Estados Unidos, sino las Naciones Unidas, el Reino Unido, la Unión Europea, o, incluso, a escala doméstica, Unidas Podemos. Ahí es donde se ve lo ilusorio que sería una especie de Estado Global.

Prolifera el Estado de bienestar por todo el mundo, pero se recorta, ahora, con los efectos de la pandemia del virus chino, agravado por la cepa británica. Ya ha ocasionado más de dos millones de víctimas mortales en todo el mundo. Es una cifra de muertes extraordinarias, que supera, con mucho, la que se debe al terrorismo y fenómenos afines. En plena era científica, parece que regresamos a la Edad Media. Solo que ahora no hay rogativas ni sahumerios. En España y otros países, se añade a esa inmensa tragedia la aprobación de una ley de eutanasia y de suicidio asistido. Sarcástico.

Es gran error la confianza de que el Estado pueda proporcionar bienestar sin límite a la población necesitada.

La idea de la Unión Europea, como una especie de confederación de Estados europeos, supone que los Estados miembros son equivalentes. Es una noción sobremanera ingenua. No es solo que la Unión Europea excluye al Reino Unido, Suiza, Rusia o Ucrania, que ya es decir. En la práctica, la Unión Europea funciona, realmente, como una forma de hegemonía del eje francoalemán. Son dos potencias, Francia y Alemania, que tantas veces se han enfrentado en otros tiempos. En el mejor de los casos, la cesión de soberanía, que representa la constitución de la Unión Europea, presenta algunos aspectos positivos, pero con un coste excesivo y una burocracia elefantiásica. Véase, por ejemplo, la incompetencia de “Bruselas” a la hora de organizar los contratos para las vacunas de la pandemia.

En buena teoría, el Gobierno de la Unión Europea trata de canalizar abundantes fondos públicos hacia los Estados miembros más modestos. Pero, en la práctica, ese trasvase supone el coste de una política proteccionista, lo que equivale a producir más caro. La Unión Europea no puede competir, ventajosamente, con otras economías emergentes, como, por ejemplo, las asiáticas. El sistema universitario de la Unión Europea, aunque siga siendo de primer orden, asiste al hecho de que muchos egresados se dirigen a los Estados Unidos. Al tiempo, la Unión Europea se ve obligada a aceptar cantidades ingentes de inmigrantes y refugiados, que provienen del llamado “tercer mundo”. Son los que pasan a ocupar puestos ancilares, que rechaza la población autóctona. El resultado no es un “crisol”, sino un amasijo étnico y cultural, poco integrado y hasta explosivo. No es metáfora; el terrorismo islamista es una amenaza seria para la Unión Europea, entre otras formas de desorganización social.

Se dirá que el nivel de vida de los europeos de la Unión nunca ha sido más alto que ahora. Pero, el cálculo, meramente, estadístico, debe completarse con la sospecha de la mengua de algunos preciosos valores. Se pueden citar: la libertad, la autonomía personal y la soberanía de los Estados.
 

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