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Amando de Miguel

El ludibrio de la protección de datos

Toda esta faramalla no es más que una nueva forma de complicarnos la vida.

El último y más socorrido invento para dar trabajo a la legión de informáticos en busca de empleo o de mejores condiciones laborales es la doctrina de la protección de datos. Suena muy bien. Nada más plausible que proteger nuestra intimidad. Pero en la práctica se convierte en una nueva fórmula refinada para humillar a los clientes o usuarios.

Se me perdonará una parva ilustración personal. Dada mi edad y mis naturales alifafes, debo hacerme unos análisis de sangre de vez en cuando. En cada ocasión se repite la misma dificultad de que los resultados me lleguen a través del ordenador. Sigo las instrucciones para ello, pero ahora me dicen que han reformado el sistema con el objeto de la protección de datos. Así pues, mi ordenador se bloquea. Hablo con la encargada del laboratorio, pero me dice que no está capacitada para enviarme mis datos por correo electrónico. La excusa es otra vez la famosa protección de datos. No sirve de nada que yo le facilite la contraseña que me proporcionó el laboratorio y mi número de DNI. El cual, por cierto, figura en miles de registros públicos y privados. Me pregunto si no sería más útil para todos que el resultado del análisis lo enviara directamente el laboratorio hasta el ordenador del médico que lo prescribió.

Da la impresión de que de poco sirve el gran avance que supone la internet (ahora los más avisados dicen "el internet"), si luego nos ponen tantos obstáculos administrativos con la excusa de nuestra seguridad. En teoría, la informática se inventó para eliminar mucho papeleo inútil. En la práctica, se convierte a veces en un arma para complicarnos más la vida, en el sentido de hacerla más tediosa con innecesarios controles.

En la misma mañana del asunto del análisis de sangre se me acumula otra incidencia no menos pesarosa. En mi banco tienen la orden de transferir una jugosa cantidad todos los meses para pagar un préstamo de otro banco. Este mes no lo han hecho. Resulta que el ingreso de mi pensión se retrasó un día por problemas de calendario y, al no encontrar saldo, el dichoso pago dejó de hacerse. La máquina lo decidió así de forma automática. Nadie me lo advirtió, quizá para cumplir el principio de la protección de datos, con el consiguiente quebranto. Intenté llamar a la oficina del banco, pero el teléfono no funcionaba. Luego me enteré de que habían cambiado de número y no lo habían comunicado a los clientes. Llamé a la oficina de atención al cliente de la central del banco para que me diera el número correcto de mi oficina bancaria. Múltiples esperas. Ya se sabe: "Si desea hablar con … marque el 1; si desea hablar con … marque el 2", y así toda la retahíla. Tuve que proporcionar varias veces mi número del DNI y, asómbrense, decidir si quería seguir la conversación (que quedaba grabada, me advirtieron) en castellano o en catalán. Aseguro que el banco en cuestión es más madrileño que Cascorro. Por fin obtuve el nuevo teléfono de la oficina de mi banco, pero me indicaron que nada se podía hacer. La máquina había decidido no efectuar el pago y no se podía rectificar, por mucho dinero que yo tuviera en mi saldo. Total, que tuve que volver a solicitar la orden de pago mensual para cumplir con mi obligación de deudor. Ahorro más detalles.

La última moda de la infausta protección de datos es que algunos de los corresponsales con los que uno trata ahora te avisan de que, si deseas continuar las comunicaciones, hay que declararlo así expresamente. No entiendo muy bien qué sentido pueda tener tal disposición. Agradezco que alguien innominado desee proteger mis datos, pero, por otra parte, son de fácil localización. Toda esta faramalla de la protección de datos no es más que una nueva forma de complicarnos la vida, que es la esencia de la civilización informática. En tres palabras, como gusta decir Andrés Amorós, esto es el ludibrio del bodrio del manubrio.

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