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Amando de Miguel

El tirón autoritario de la democracia española

El PP no se propone cerrar los "chiringuitos" socialistas. Es otra versión del realpolitik que ahora tanto se estila. Queda mejor que "autoritarismo".

El PP no se propone cerrar los "chiringuitos" socialistas. Es otra versión del realpolitik que ahora tanto se estila. Queda mejor que "autoritarismo".
Pedro Sánchez saluda con el puño a Juanma Moreno en La Moncloa. | Eduardo Parra / Europa Press

La democracia española (que a sí misma se suele denominar Transición) no puede entenderse sin el hecho de que viene tras el franquismo. No se trata de una simple evolución cronológica, sino de que ambos regímenes se encuentran entrelazados. Para empezar, la Transición fue un proceso urdido, principalmente, por las mismas fuerzas de la época franquista, tanto la oposición clandestina como la tolerada por el régimen. Ese fue el secreto de su éxito. Impide verlo la doctrina progresista de la "memoria democrática", que es un poco como la ensoñación de Orwell en su novela 1984.

Aunque parezca extraño, el género de la crítica política, a través del humor, la caricatura y el sarcasmo, es algo muy característico de los regímenes autoritarios. El hecho es que, en la España democrática, esa manifestación se ha prodigado mucho. Las opiniones particulares de queja contra el Gobierno transitan muchas veces por esa avenida del comentario grotesco. El tono de broma se practica con naturalidad en las conversaciones cotidianas de los españoles. Recordemos que, en la literatura española de todos los tiempos han florecido los géneros caricaturescos, como la novela picaresca o el esperpento. El Quijote es la culminación de esa tendencia. En los casos reales de corrupción política, aparecen muchos elementos cómicos. Recordemos el famoso comentario de la madre de un político andaluz: "M´hijo tié dinero pa´asá una vaca".

Los políticos que tocan poder no solo ganan mucho dinero y mantienen un tren de vida con ostentosos privilegios. Encima, no es raro que se enriquezcan, ilegalmente, a través de la corrupción, incluso, después de jubilarse, aunque solo sea por el beneficio de los "contactos" lucrativos. Tales frutos económicos resultan desproporcionados, pero compensan un poco el juicio negativo que pesa sobre ellos por parte de los españoles del común. A estos últimos, se les suele llamar "ciudadanos", una ironía más. Un indicio de la desproporción indicada es la rareza de las dimisiones en el mundo de los políticos. Tanto es así que no se suele conjugar mucho el verbo "dimitir", y menos para uno mismo. En su lugar, se dice "cesar", en el sentido de "ser destituido". La obsolescencia del gesto de dimitir se deriva de un rasgo previo del carácter de los españoles, especialmente, en la vida pública. Es la resistencia para pedir perdón, con el consiguiente sentido de culpa. Se considera algo bastante ajeno a nuestras costumbres. Lo contrario sucede en el mundo angloparlante, donde es un agobio la continua acción de pedir excusas por cualquier nimiedad.

En la España democrática, la dedicación a la política ha sido, para muchos, la mejor forma de hacerse uno rico sin tener que esforzarse mucho; y eso sin llegar al extremo de robar. Es el sueño general de una buena parte del vecindario. De ahí el aprecio general por las loterías y los juegos de azar.

Una cosa es el deber ser y otra la realidad del comportamiento político. Por ejemplo, en el Parlamento tradicional, y hasta hace muy poco, simplemente, se debatía. Pero, una vez más, se reproduce la herencia franquista. Ahora, las sesiones parlamentarias se han convertido en una suerte de mítines alternativos de los diferentes grupos, en los que el respectivo orador es aplaudido, solo, por los suyos. A su vez, en los mítines reales, el orador es visto en la tele con un fondo de jovencitos. La realidad es que el auditorio, que no se percibe bien en la pantalla, se halla constituido, mayormente, por viejos.

Las observaciones anteriores las acabo de oír en una entrevista con Alfonso Guerra, quien fuera el gran valido de los primeros Gobiernos socialistas. El sevillano añade una interpretación sorprendente de la impensada mayoría absoluta del Partido Popular en las últimas elecciones andaluzas. La interpretación de Guerra es que, en las anteriores elecciones (por mayoría simple), el PP andaluz prometió clausurar todos los "chiringuitos" socialistas. Pero, luego, no cerró ninguno. Esa decisión maquiavélica le ha permitido, esta vez, que el PP reciba muchos votos socialistas. Vox ya lo advirtió en la última campaña electoral: el PP no se propone cerrar los "chiringuitos" socialistas. Eso es lo que Alfonso Guerra considera "estabilidad", la raíz del éxito del PP andaluz. Es otra versión del germanismo realpolitik, que, ahora, tanto se estila. Queda mejor que "autoritarismo".

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