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Amando de Miguel

Entre tanta polvareda…

A los súbditos nos da igual lo que resulte. Todo va a seguir confuso y arbitrario.

“Entre tanta polvareda/ perdimos a don Beltrán”. Fue en el paso de Roncesvalles y el romance nos recuerda los males de la guerra desorganizada. Hay una versión más filosófica del obispo irlandés George Berkeley, en el siglo XVIII: “Primero levantamos una polvareda y luego nos quejamos de que no se ve nada”.

La polvareda actual, para la vida pública española, es la enorme confusión que ha dejado un año preelectoral, electoral y postelectoral. Los líderes (es un decir) de los principales partidos y partidas nos han divertido primero, pero han terminado por hastiarnos. En el equivalente de la vida privada, su llamativa incompetencia habría supuesto algunos años de cárcel para cada uno. Pero en la vida pública todo se perdona.

Lo fundamental para los políticos es aparecer continuamente abriendo los telediarios, digitales y equivalentes. En estos días algunos se permiten la desfachatez de irse de vacaciones. Han entrado en el selecto club que significa ser noticia cuando se van de vacaciones o cuando vienen de ellas. Se comprende el cansancio que supone hacer declaraciones todos los días a troche y moche cuando se tienen pocas cosas que decir.

A todo esto, los graves problemas que atosigan a los súbditos se quedan sin plantear y, por tanto, sin resolver. La polvareda se ha montado con el inmenso trabajo de Sísifo que significa formar un Gobierno estable. A los súbditos nos da igual lo que resulte. Todo va a seguir confuso y arbitrario.

La confusión procede del escaso acumen que traen de su casa muchos destacados políticos nacionales. Se añade la regla de oro de la oratoria actual: emitir muchas palabras con el menor número de ideas. De esa forma no hay muchas posibilidades de equivocarse. Es igual, digan lo que digan, siempre merecerán salir en las noticias. ¿Que los contribuyentes se aburren? Mejor que mejor. Siempre les quedará el fútbol, el saludable opio del pueblo.

Por si fuera poco lo que hemos visto, se puede anticipar un Gobierno efímero, que tampoco va a resolver nada. Al menos se puede asegurar una tendencia firme: el gasto público va a aumentar inexorablemente. Como al mismo tiempo es obligado reducir el déficit público (por mor de la Unión Europea), la conclusión es que aumentarán los impuestos. En cambio, el Gobierno no va a eliminar las munificentes subvenciones que durante los últimos años se han concedido a los grupos de presión mejor situados. Naturalmente, no se llaman así; se presentan como sindicatos, asociaciones empresariales, fundaciones, etc. El Gobierno es el gran dispensador de mercedes.

¿Por qué se ha dilatado tanto el proceso de formar Gobierno? Porque a nuestros políticos bien situados en el machito solo les interesa mandar, es decir, repartir favores y privilegios entre los correligionarios y conmilitones. Como es lógico, los puestos de mando son escasos, por mucho que se hayan multiplicado en los últimos tiempos. Por eso los candidatos a ocuparlos se desprecian y se odian. Lo primero que han perdido en la refriega es la elegancia. Se trata de una rara virtud política que muy pocos mantienen.

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