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Amando de Miguel

La comunicación cara a cara

En España predomina un tipo humano extravertido, verbomotor, que le lleva a soportar mal algunas reuniones en las que no se siente protagonista.

La actual profusión de artefactos para comunicarnos supera cualquier imaginación de lo que supone tal desarrollo. Hace un siglo, cuando se empezó a generalizar el teléfono (fijo, no automático) se lanzó el pronóstico: "Desaparecerán las cartas y las empresas de mensajería". No fue así. Todas las formas de comunicación interpersonal se superponen. Ahora nos comunicamos todos con un artefacto móvil (lo llevamos con nosotros), que puede, incluso, transmitir imágenes. Se utiliza a discreción. Pero, a pesar de tales prodigios, sigue siendo imprescindible vernos las caras. No basta con la transmisión telemática de la voz o de la imagen.

Muchas veces utilizamos el teléfono y otros artefactos para quedar, es decir, vernos personalmente. El dispositivo técnico es tan versátil que nos lleva a que las quedadas o citas se concierten, se anulen y se vuelvan a concertar con enorme fluidez. El resultado puede producir un cierto estrés, pero ya estamos acostumbrados. A estas alturas no vamos a retroceder a un ritmo vital más pausado. Cuenta mucho más la ventaja de que se puedan multiplicar las relaciones interpersonales a través de los teléfonos y demás aparatos derivados. Por lo visto, no es fácil llegar a la saturación. Un adolescente actual puede presumir de tener varios miles de amigos o personas con las que puede comunicarse.

La economía de servicios en la que nos movemos significa que una gran parte del trabajo profesional consiste en reunirse. En otros países más avanzados impera la disciplina de que las reuniones empiezan y terminan a una hora tasada. No es el caso de España, donde las reuniones suelen ser impuntuales a la entrada y a la salida. Diríase que tales conversaciones múltiples cara a cara se convierten en un fin en sí mismo.

La tradición de las mesas rectangulares hace que, al reunirse más de una docena de personas, sea difícil que se vean bien las caras. Son preferibles las mesas circulares, pero no se entiende por qué son tan raras. Quizá suceda que a los jefes no les agradan las mesas circulares, pues no dejan claro el lugar de la presidencia.

En España predomina un tipo humano extravertido, verbomotor, que le lleva a soportar mal algunas reuniones en las que no se siente protagonista. Lo suyo es hablar más que escuchar. Si coinciden varios tipos así en una reunión de trabajo o similares, el resultado puede ser poco productivo.

Una de las constantes de la especie humana es que la comunicación placentera cara a cara se consigue mejor si al tiempo se comparte la comida y la bebida. No es fácil dar una explicación de tal preferencia, que en la cultura española resulta fundamental.

Siempre que sea posible, se impone la comunicación cara a cara (ahora se dice "presencial"). Es evidente que hablamos no solo con palabras, sino con gestos, con el lenguaje corporal. El profesor avezado sabe si los alumnos siguen la explicación con solo ver sus rostros, la postura de los cuerpos.

En los artículos de opinión, especialmente los de la prensa digital, se acostumbra a añadir una fotografía del autor. Es una forma de superar la lejanía que supone la comunicación escrita.

En España

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