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Amando de Miguel

La embestidura

El señor Sánchez no puede dominar el rictus de su resentimiento hacia Rajoy.

No es una errata. Se me perdonará el retruécano, pero nuestros solícitos padres de la patria no se han pasado nueves meses tratando de investir a un presidente del Gobierno, sino de embestirse entre ellos. Como el embarazo ha salido ya de cuentas, el parto va a ser muy forzado.

Todos los líderes del Congreso se extasían con pactos, diálogos y consensos, pero realmente entre ellos se desprecian, se odian. No lo pueden disimular. Les traiciona incluso el lenguaje corporal. En lo único que están de acuerdo es en que las terceras elecciones no pueden ser el día de la Navidad. ¿Pero no quedamos en que estábamos en un Estado laico, aconfesional e intercultural? Bueno, en los escaños no se sienta ningún judío, musulmán o protestante.

El formato de las sesiones de investidura en el Congreso de los Diputados fomenta la ausencia de entendimiento. Lo lógico sería que en esas sesiones tan capitales se diera el voto en conciencia de los diputados, pero tamaño ejercicio de regeneración democrática no lo admiten sus señorías. No se olvide que el espíritu de nuestro régimen es que se trata de una democracia de partidos. Tampoco estaría mal que los aplausos en el hemiciclo fueran igualmente en conciencia y no solo para ovacionar al jefe respectivo. Ya sé que es mucho pedir.

Especialmente el señor Sánchez no puede dominar el rictus de su resentimiento hacia Rajoy. Su altísima señoría se alimenta de odio. El señor Rajoy está mejor sin leer con sus ramalazos de ironía. El señor Iglesias es un descamisado deslenguado. El señor Rivera, aunque voluble, es el mejor orador; llegará a ser el primer presidente de Gobierno en España que sepa expresarse en castellano, catalán e inglés.

La gran paradoja de la última sesión de investidura fue que todos renegaban de la salida de unas nuevas elecciones, pero todos estaban pensando en ellas. En realidad, sus intervenciones fueron más bien discursos electorales. Todos presumían secretamente de que en la tercera elección sacarían más votos. Realmente, obtendrán más o menos los mismos. Por tanto, se enquistará todavía más la España ingobernable.

¿Y por qué se mantiene la farsa de la embestidura? Porque los líderes son de barro y necesitan dar moral a sus respectivas huestes. Lo que pasa es que el ejercicio nos está saliendo muy caro a los contribuyentes.

Tan trágico es el panorama que me permito anotar un divertido despiste de Rajoy. Más de una vez se dirigió a la presidente de la Cámara como "seor presidente", y eso que la egregia señora es su fidelísima mano izquierda. La mano derecha es la fidelísima vicepresidenta del Gobierno en funciones.

Sánchez tuvo otra graciosa salida cuando acusó al PP de ser el partido de la corrupción. Es lo que le dijo la sartén al cazo: "Quítate, que me tiznas".

No quiero pensar lo que serán las cuartas elecciones generales, allá para el verano que viene. Para prevenir tal catástrofe se me ocurre que sería bueno que tanto Sánchez como Rajoy dejaran paso a otros líderes o lideresas de sus respectivos partidos o partidas. No caerá esa breva.

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