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Amando de Miguel

La España descuajeringada

Cataluña y Vasconia son prácticamente independientes a la vista de una buena parte de la opinión pública. En ellas no están presentes muchos de los poderes del Estado.

El pulquérrimo José Ortega y Gasset estampó su célebre España invertebrada, de acuerdo con el lenguaje organicista que imperaba en su tiempo. Pero es que ahora las vértebras del cuerpo nacional se descoyuntan, o mejor, se descuajeringan sin remedio. Por ejemplo, Cataluña y Vasconia son prácticamente independientes a la vista de una buena parte de la opinión pública. En ellas no están presentes muchos de los poderes del Estado. Además, la tradicional soberanía de la nación española se ha erosionado mucho con la pertenencia a la Unión Europea. Por ejemplo, los españoles han descubierto que el Tribunal Supremo no es tan supremo como habíamos supuesto. Además, las autoridades de Cataluña o Vasconia nunca exhiben la bandera española en sus apariciones públicas. Para ellas, España no existe; es solo el "Estado".

No son solo los símbolos. En el Congreso de los Diputados se sientan satisfechos media docena de partidos políticos, fundamentalmente vascos y catalanes, cuyos diputados no se consideran españoles. Ni por asomo pretenden representar al pueblo español sino a la tribu particular. El ejemplo cunde como modelo para otras regiones, mal llamadas "autonomías". No sé si don José Ortega y Gasset se hubiera atrevido a conllevar tales extravagantes situaciones.

El descuajeringue que digo no es solo territorial, sino social. Bien es verdad que, en contra de muchos aspectos del pasado, España es hoy una sociedad pacífica, más que otras europeas. Es decir, la tasa de muertes violentas (homicidios, suicidios, accidentes) es baja. Pero no es menos cierto que apuntan nuevas formas de violencia que tienen amedrentada a la población. Es el caso de la mal llamada "violencia de género" (quiere decir uxoricidio), sobre todo cuando el matachín es un inmigrante extranjero poco integrado. O también, la violencia que se ejerce contra los menores de edad, no digamos si el infanticidio lo ejecutan las mujeres. O asimismo la violencia contra las personas cuando anda por medio la violación en grupo. Añádase el caso igualmente aberrante del suicidio de los adolescentes. Son situaciones excepcionales en términos estadísticos, pero que llaman mucho la atención.

Ante la incidencia de todos esos repugnantes casos, parece razonable pretender que la infausta ley de violencia de género se sustituya por la ley de violencia en el círculo doméstico. Incluiría también los casos de malos tratos, físicos o psicológicos, entre otras formas de desorganización familiar. Es una propuesta que ha hecho Vox, aunque, solo por eso, se le tilda en los medios de machista, fascista o vituperios aún peores. Los voxeros protestan que, con la actual legislación, se establece una nueva desigualdad ante la Justicia, al proyectar sobre los varones una cierta presunción de culpabilidad. No estaría mal que se empezaran a tratar estas cuestiones con serenidad.

Hasta ahora me he referido a la violencia contra las personas; es la que más solivianta a la sociedad sana, y con mucha razón. Pero menudean cada vez más los hechos de violencia contra las cosas, por ejemplo, los referentes a la corrupción política o la ocupación de viviendas. Lo peor de todos esos supuestos de apropiación indebida es que la opinión pública los digiere con cierta naturalidad, o mejor, con una mezcla de resignación y fatalismo. Es decir, nos hemos acostumbrado a tales formas de inicua desigualdad. Es un cambio de valores que no augura nada bueno. Habría que recordar a San Agustín:

Si prescindimos de la Justicia, la sociedad se convierte en un hatajo de bandoleros.

En España

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