Se manejó con soltura la imagen bélica de la pandemia del virus chino. Nada menos que las arcanas "autoridades sanitarias" se aprestaron a la "lucha contra el coronavirus". (Lo de corona, un genérico, era una forma de confesar que no se sabía lo que era). Se diseñó un "mando único" para dirigir la batalla, que ha costado más víctimas que todos los demás desastres después de la Guerra Civil y sus consecuencias. Por cierto, la expresión ‘mando único’, con resonancias estalinistas, se empleó mucho durante la guerra civil del 36, tanto en uno como en otro bando. Esconde una querencia autoritaria. Por otra parte, siempre que en política se habla de "unidad" o de "único" o "unificado" es que algo acaba disgregándose.
Pues bien, la extraña "guerra" está a punto de concluir. No vamos a celebrar un día del armisticio, pues el enemigo seguirá ahí latente durante bastante tiempo. Pero van a finalizar las magnas operaciones sanitarias. En las guerras convencionales suelen hacer grandes fortunas los avispados que trafican con los avituallamientos de las tropas. Esta del virus chino también ha sido la ocasión para el lucro desproporcionado de los mercaderes de mascarillas y otros adminículos profilácticos. Sigue sin explicarse por qué la industria española no logró fabricar ese tipo de artefactos, de sencilla tecnología, con un ritmo de marchas forzadas.
La guerra del virus chino ha ido una invasión por sorpresa, que ha desarticulado la economía mundial más que ningún otro acontecimiento de la historia contemporánea. La posguerra va a ser especialmente dura, y más todavía para España, cuya economía se basa en las exportaciones, singularmente el turismo y los automóviles. Por desgracia, son ramos cuya autoridad definitiva reside en otros países.
Persiste un factor difícil de interpretar. ¿Cómo es que, habiendo sido tan desastrosa la dirección de la guerra por el Gobierno español, no ha surgido un espíritu más decidido y general de rebelión política? Bien es verdad que se anuncian algunas demandas judiciales contra la campaña llevada a cabo por las misteriosas "autoridades sanitarias". Seguramente habrá que esperar movimientos de mayor amplitud. No se olvide el magnífico precedente de la II Guerra Mundial en el Reino Unido. El premier Winston Churchill derrotó a los nazis alemanes, bien que con la ayuda norteamericana. Nada más terminar la guerra, Churchill se enfrentó a unas elecciones y las perdió. Claro que el Reino Unido es el exponente de una democracia establecida con una tradición secular. No es razonable pensar que al presidente Sánchez le vayan a dar el Premio Nobel de Literatura o de Economía.
En el caso español, la guerra vírica ha servido para que el Gobierno refine todavía más las técnicas de propaganda. Así pues, la satrapía que nos gobierna se refuerza con tal ejercicio. La profecía de Orwell se queda chiquita ante el mundo que nos aguarda de atosigante vigilancia continua.