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Amando de Miguel

La música y el silencio

El camino de su éxito está en decir lo menos posible con la mayor cantidad de palabras.

El camino de su éxito está en decir lo menos posible con la mayor cantidad de palabras.
La música y el silencio | Pixabay/CC/vanleuven0

Deja caer C.S. Lewis, a través del sarcástico comentario del Diablo, que el Cielo se define por la magnífica combinación de música y silencio. Como contraste, el Infierno consiste fundamentalmente en ruidos. Si así fuera, la sociedad actual se halla más cerca del Infierno que nunca. Es más, puede que este mundo nuestro sea el verdadero Infierno, por lo menos para unos cuantos condenados.

Resulta muy difícil conseguir un ambiente de silencio continuado y placentero. La música que apasiona hoy al gran público se define mejor por un ruido atronador que impide conversar o incluso pensar; es decir, alucina. El sonido más pesaroso de nuestro mundo es el concierto que el paciente de una resonancia magnética se ve obligado a soportar dentro de una especie de sarcófago. El público español se enardece con el concurso para elegir el adolescente que mejor nos represente en el certamen de las televisiones nacionales para seleccionar la canción más vistosa. Las canciones que priman son las que consisten en contorsionarse bajo los focos de un escenario y desgañitarse de tanto gritar, chupando el micrófono. Casi se diría mejor aullar. No existe nada parecido a un certamen para fomentar las mejores vocaciones dirigidas hacia la ciencia.

En las películas sonoras siempre se valoró la música de fondo, a veces, verdaderas obras de arte. Lo usual era que la música sonara suavemente en las secuencias correspondientes a los silencios de los personajes. Pero de un tiempo a esta parte se impone una mezcla de voces y música al mismo tiempo. No es precisamente una ópera lo que resulta. Más bien es una dificultad que se presenta a los espectadores un poco tenientes. Con los años, no somos precisamente una minoría.

Por extensión, la misma tendencia que ha derivado en ruido, se observa que algunos debates parlamentarios se han convertido en un espectáculo en el que predomina el grito y la estridencia. Ya nadie sabe hablar en público si no es provisto de un micrófono, incluso aunque el auditorio no pase de unas cuantas docenas de personas. Puede que con tanto bullicio y estruendo por todas partes se haya perdido la capacidad de oír, de distinguir sonidos. Tanto es así, que ya no se conjuga ese verbo de oír; se dice solo escuchar.

Empieza a ser un raro privilegio el disfrute de un ambiente de silencio, que permite solo los sonidos de la naturaleza, nunca estridentes. Los restaurantes españoles de prestigio aborrecen las cortinas y alfombras de otros tiempos que amortiguaban las conversaciones. Hoy los comensales se han acostumbrado a un creciente guirigay. El español, cuando quiere demostrar que tiene razón, trata de elevar la voz sobre la de los demás. Y nada le importa más que tener razón.

El cargo político más ambicionado es el de portavoz (ahora también "portavoza") de un partido o de otras instituciones. Es decir, es el que perora ante los periodistas y los medios. Su mérito está en no contestar a lo que les preguntan los pacientes reporteros o, en todo caso, salirse por los cerros de Úbeda. El camino de su éxito está en decir lo menos posible con la mayor cantidad de palabras. Esa es precisamente la fórmula del ruido. Se convierte en un mérito para todo el que quiera ascender por las gradas del poder.

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