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Amando de Miguel

Lecciones de una erupción volcánica

Durante años se han construido edificaciones en la ladera de un volcán activo. Asombra que se haya permitido un abuso urbanístico de tal magnitud.

Durante años se han construido edificaciones en la ladera de un volcán activo. Asombra que se haya permitido un abuso urbanístico de tal magnitud.
La enorme columna de lava que expulsa el volcán cuando ya lleva cinco días en erupción. | EFE

"Por fortuna, no ha habido víctimas". La frase de las declaraciones oficiales sobre la catástrofe de la isla de la Palma quiere significar que "no ha habido víctimas mortales". Pero, las víctimas son las personas (o animales) que reciben daños, bien por muerte, heridas o enfermedades, o por pérdida o deterioro de cosas de su propiedad. Se recuerda aquel comentario oficial de un accidente de tren en el siglo XIX: "Por fortuna, todas las víctimas han sido de tercera" (tercera clase, los asientos más baratos).

No es la única incongruencia de los comentarios sobre el desastre del volcán canario. En un primer, momento, se proclamó, incluso, que "los habitantes de esa zona se encuentran muy felices". Se dio, fácilmente, con una señora del lugar, que lo corroboró ante las cámaras. Se trataba de demostrar que habían funcionado muy bien los planes de evacuación de las respectivas casas. Pero, no se dijo nada sobre el detalle de que los afectados sacaran algunos enseres más personales. Esa operación se realizó, después, con bastante improvisación y desorden. Puesto que la corriente de lava avanzaba muy despacio por la ladera de la montaña, se podía haber arbitrado mejor la operación de rescate de las pertenencias de los afectados. Por otro lado, el publicitado plan de evacuación bien podría haber previsto los alojamientos provisionales para las víctimas. No es de recibo que, en un primer momento, las alojaran en un campo de fútbol. Los inmigrantes ilegales reciben mejor trato.

Nadie comentó algo que se hacía notorio a cualquier televidente. Estaba claro que, durante años, se habían construido muchas edificaciones en la ladera de un volcán activo. Asombra que se haya permitido un abuso urbanístico de tal magnitud. Claro está, los Ayuntamientos se benefician de las licencias de obras y del subsiguiente impuesto sobre bienes inmuebles.

El desastre de la Palma no es, solo, la destrucción de centenares de edificaciones y de los cultivos adjuntos. El peor mal colectivo estás en la nube de gases tóxicos, que se cierne sobre el archipiélago canario, y que se extenderá a Marruecos, Argelia y la costa mediterránea española. Ignoro cómo se trata tal riesgo en los planes de protección ambiental. Ya sé que resulta difícil evitar sus influencias adversas, pero, habría que estudiar algún dispositivo para paliarlo o, al menos, para compensar, mínimamente, los daños. Como puede verse, hay más víctimas de las que parece.

Han sido muy abundantes los comentarios sobre la primera reacción que tuvo la ministra de Información y Turismo. Vino a decir que la erupción volcánica de la Palma sería un estímulo para atraer a muchos turistas. En seguida, la ministra se desdijo de tamaño dislate, en vista de las críticas, pero su ocurrencia primera quedará para la historia. No me desdigo del título, que acabo de darle: "ministra de Información y Turismo". Los lectores avezados (que son casi todos) comprenderán la ironía. Ya, en el franquismo, se entendió que esto del turismo casaba muy bien con la "información", es decir, la propaganda.

Propaganda ha sido el comentario de un sedicente experto, a quien se llamó el primer día, para que nos ilustrara en la tele oficial. El hombre pronosticó que la eventual llegada de la lava al mar resultaría inocua; solo, produciría vapor de agua. No hay que saber mucha ciencia para imaginar que, junto al vapor de agua, se iban a producir muchos elementos tóxicos para los humanos y los peces.

El desastre volcánico ha servido para destacar el producto típico de la agricultura palmera: el plátano. Conviene advertir que se trata de un cultivo poco rentable, mantenido, artificialmente, con el arancel sobre esa fruta, la que proviene de las grandes explotaciones de otros países. Seguimos con la propaganda.

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