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Amando de Miguel

Libertarios perplejos

Me encuentro ante una grave disyuntiva. Algunos lectores me reprochan que no dé "más caña". Pero otros me felicitan por mi mesura.

Recibo cada vez más correos comentando los asuntos que aquí trato. Rebosan de sugerencias útiles, comentarios curiosos, iniciativas de interés. Algunos son de amigos inveterados, otros de nuevos lectores, que por eso mismo acaban convirtiéndose en amigos epistolares. Una cuestión previa: les cuesta utilizar el saludo tradicional de "querido Amando". En su lugar prefieren la desangelada fórmula de "hola". Extraño pudor. ¿O será para no castigar tanto a las teclas?

A propósito del comentario sobre el famoso "me alegro" de Carlos Herrera, Juan J. Carballal me notifica que los campesinos asturianos recurren a esta forma de saludo: "Alegrándome". Me encanta.

Gerardo García señala con sarcasmo que bien podríamos enviar a los cuatro millones de españoles en el paro para que los admitieran como refugiados en Alemania. Es una idea.

Jesús Laínz, coleccionista de dichos populares, se queda perplejo con un anuncio de "galletas con chunks de chocolate". ¿Qué serán los chunks? Más le preocupa la frase de un político sobre la tarea de "optimizar las potencialidades humanas".

Luis Lebredo (desde California) redarguye que mirar y ver significan lo contrario de lo que yo decía en el ejemplo del museo. Según don Luis los visitantes cansados del museo "miran los cuadros, pero no los ven, no los perciben o entienden". Tiene razón. Me armé un pequeño lío.

Varios amigos me reprochan que he pasado por alto la frase de un magistrado, que habla de perseguir "los delitos contra la corrupción". Solo faltaba, que fuera delito ir contra de la corrupción. Me he fatigado un poco de hacer de vigilante de los dislates de nuestros hombres públicos (y de nuestras mujeres públicas, naturalmente). Veo que la prédica no tiene ninguna eficacia. Es más, sospecho que si tales dignatarios hablaran como Dios manda, perderían comba.

Me encuentro ante una grave disyuntiva. Algunos lectores me reprochan que no dé "más caña". Pero otros me felicitan por mi mesura, el sentido común, la ecuanimidad. No sé a qué carta quedarme. Seguiré escribiendo lo que pienso, aunque a veces me quede solo. Por ejemplo, al sospechar que la famosa foto del niño ahogado en la costa turca tenía la pinta de un montaje. Sigo en mis trece: los verdaderamente desasistidos no son los que cruzan Turquía y se asoman al Mar Egeo. La tragedia está en los sirios que permanecen en los campos de concentración de su país o de los vecinos. Por no tener, no tienen ni reporteros gráficos.

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