La historia española ha sido siempre extremadamente sangrienta. Los escolares aprendíamos que la Campana de Huesca o el suicidio colectivo de Numancia eran admirables hazañas. Pero en la biblia nacional, que es el Quijote, no hay muertes alevosas; sí algunos robos. Algo así se podría decir también en las novelas picarescas. Eso es lo nuestro: llevarnos lo ajeno.
En la vida corriente actual de nuestra nación hay muy poco lugar para los homicidios; todavía menos si excluimos de la estadística a los extranjeros que residen en España. Aunque se diga lo contrario, lo cierto es que la llamada violencia de género es bastante rara entre nosotros. No es una cuestión de raza o cultura, pues en algunos países hermanos de América los homicidios están a la orden del día. Como lo estaban en España cuando la República o antes.
No obstante, se confirma que la apropiación indebida es cosa bien común, y cada vez más. Las ventanas de la planta baja (y aun de la primera) de casi todos los edificios se hallan enrejadas, y no precisamente de una forma artística. Las empresas de seguridad y las de seguros de hogar han visto crecer sus beneficios durante la crisis económica, que no termina de superarse. Gastamos una ingente fortuna en mantener guardias civiles, policías diversas, vigilantes, guardas y equivalentes con uniformes dispares.
Socialmente apenas se censuran las trampas y engaños, tan frecuentes, en el comercio, el trabajo o ante la obligación tributaria. Se comprenderá, entonces, que los partidos políticos no se vean castigados electoralmente por la conducta de sus miembros corruptos, los que utilizan los caudales públicos para su lucro personal. La sabiduría popular sostiene que "quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón". Se sobrentiende que el Estado es el gran ladrón. Se trata de una estupenda coartada para justificar los desmanes contra la propiedad ajena. También se dice desde antiguo que "lo que es del común, no es de ningún". Una famosa ex ministra lo tradujo: "El dinero público no es de nadie". Así nos va. Bueno, a ella le ha ido muy bien.
No hace falta ser un delincuente para lucrarse del erario de forma desproporcionada. Los altos cargos públicos cobrarán poco, pero el escabel de la política sirve para establecer buenas relaciones con el mundo del dinero. Son raros los casos de los que no se han enriquecido con la política, aunque haya sido legalmente. Por eso hay tantas vocaciones para entrar en las listas de candidatos. Se disfrazan de sentimiento de dedicación a lo público. Se recompensan muy bien.
Existe una modalidad de robo particularmente bendecida por la izquierda: la de los okupas. Constituyen una sutil forma de bandidaje ampliamente tolerada. La prueba es que menudean cada vez más. Asaltan bonitamente un edificio o una vivienda y ahí se instalan, sin que al propietario no le quepa más acción que aguantarse. A veces la rapiña inmobiliaria incluye alguna razia al supermercado para llevarse un carro de vituallas sin pasar por caja. El asalto ni siquiera es noticia. No sé de ningún político que haya alzado la voz para cortar de raíz tales desmanes. Es más, una ocupación de una finca aparece incluso como un mérito político y se realiza delante de las cámaras de la televisión.