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Amando de Miguel

Otra vez a recomenzar

Un hecho repetitivo, en cada tránsito de un ciclo a otro, es que se produce en medio una grave crisis económica.

Un murciano de la huerta diría “escomenzar”, que es más gráfico. La idea es la de un proceso cíclico, intermitente, una especie de constancia, aplicada a la historia española de los dos últimos siglos, bien colmados. Se trata, no de una línea continua de progreso, sino quebrada en todos los intentos de avance: económicos, políticos, culturales. Nuestro patrón nacional es San Vito.

Los liberales de 1812 (inventores del término, en su sentido político) dieron paso al exaltado retroceso de los serviles o absolutistas. Tras unos cuantos fusilamientos, advino la monarquía constitucional de Isabel II, siempre inestable. La cual desembocó, otra vez con violencia callejera, en la república, más o menos, utópica, literaria o federalista. Como remate de una guerra civil (la carlista), se instauró la restauración “turnista” de Cánovas y Sagasta. Desembocó, después de mucho desgaste, en la fragmentación de los partidos y el pistolerismo. Cortó por lo sano la efímera dictadura de Miguel Primo de Rivera, que acabó por consunción. Se presentó otra república con alegres propósitos, pero doctrinaria, incapaz de hacer frente a la depresión económica. Se convirtió en un revolucionario “frente popular” (la conjunción de socialistas, comunistas y separatistas), que desató una espantosa guerra civil. Se impuso el bando vencedor del franquismo. Le sucedió, tranquilamente (bien que con el terrorismo vasco), la “transición democrática”, que ahora finaliza con una réplica del “frente popular”; a saber, cómo se llamará. 

La unidad de análisis de todos esos tumbos es la “promoción”, una especie de generación muy particular. Son gentes de parecida edad y similar formación (o deformación), dispuestos a ascender por las gradas de la pirámide del poder. Para ello desplazan a los anteriores inquilinos (sus padres demográficos) y se aprestan a un nuevo vaivén histórico.

Un hecho repetitivo, en cada tránsito de un ciclo a otro, es que se produce en medio una grave crisis económica. Sea por esa razón o por otras, lo que sucede es que los protagonistas de cada nueva etapa se definen, más bien, de modo reactivo. Es decir, se esfuerzan por enfrentarse a los predecesores, más que por plantear un cambio original o positivo.

Ahora mismo, el renovado “frente popular” de socialistas, comunistas y secesionistas, para imponerse, necesita renegar de la monarquía constitucional y aun de la Constitución misma. Puestos a rectificar, tratan de borrar los restos simbólicos del franquismo, en un ejercicio volatinero y prepóstero. Todavía más retrógrado sería el intento de reconstruir una especie de URSI (Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas), que fuera el sueño imposible de la última república. El propósito latente es que desaparezca el nombre de España, no tanto el de que se incorpore Portugal. Se repite la obsesión de reinventar el pasado, el que fracasó. Ya es pertinacia.

Ignoro por qué se produce la constancia reactiva dicha, la que califica el movimiento pendular de la historia española de los dos últimos siglos, bien cumplidos. No creo que haya que llegar a la explicación tradicional de una especie de “carácter nacional”, propenso a los vaivenes colectivos.

Sea cual fuere la interpretación de los trompicones de la historia contemporánea de España, el hecho es que, ahora, nos encontramos ante la hecatombe económica más grande de todas las vividas. El Gobierno, entre buenista y triunfalista, no parece enterarse. Solo se le ocurre aumentar los impuestos.
 

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