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Amando de Miguel

Pedro Sánchez o el resentimiento

Me atrae mucho su representación de un arquetipo español muy característico.

Me atrae mucho su representación de un arquetipo español muy característico.
Pedro Sánchez | EFE

No me interesa gran cosa la figura política de Pedro Sánchez, el actual secretario general, o como se llame, del PSOE. Desde luego, no pasará a la historia del pensamiento político o económico. Es de admirar su planta de deportista fané y su apariencia de profesor sin lecturas. Pero me atrae mucho su representación de un arquetipo español muy característico: el del resentimiento. Es una pasión complementaria de la envidia. Son plantas que se dan bien en las áridas tierras ibéricas.

El envidioso ansía situarse en el lugar del otro cercano. La frustración consiguiente le lleva a sentirse receloso de los que le rodean, un pequeño mundo. Se trata de una disposición del ánimo que oculta la mediocridad y se satisface con la actitud de rencor y el propósito de venganza. El estímulo que provoca tal actitud es la conciencia de aspirar a una difícil recompensa en un ambiente de escaseces. Nada tan escaso y tan sublime como el cenit de la carrera política: el Gobierno, aunque se asiente en un palacio de tan mal gusto como el de la Moncloa. La reciente institución de las primarias en los partidos políticos españoles equivale a las oposiciones en el mundo funcionarial. La diferencia está en que en las primarias no se tiene en cuenta el intelecto; cuenta más la sumisión a una idea, aunque sea tan simple como llegar a mandar.

Al menos, Pedro Sánchez puede satisfacerse al revivir un sonado precedente. Se trata de los escondidos celos que acumuló Francisco Largo Caballero contra sus conmilitones Indalecio Prieto y Juan Negrín durante la obertura de la última guerra civil. El ejemplo ilustra un rasgo esencial del resentimiento: se concentra en los que se hallan próximos. Ahora diríamos, en el caso que nos ocupa, los barones del PSOE.

La envidia, el resentimiento, el rencor, el impulso de venganza y otras pasiones vecinas se consideran vergonzantes y, en consecuencia, se ocultan todo lo posible. De ahí que el resentido suela adoptar un cierto aire de atildamiento, una pose de campechanía y verbosidad. Nos encontramos ante una de las esencias del carácter típico de los españoles: su facilidad para aparentar, disimular, fingir. A través de tales admirables cualidades un mediocre puede llegar hasta la cúspide de los merecimientos. Se trata de una pendiente muy pina, pero vale la pena el esfuerzo. Nadie es más tenaz que un mediocre que se siente admirado.

El resentimiento no es fácilmente perceptible porque se oculta todo lo que se puede. Hay varias expresiones populares que dan cuenta de la operación de camuflaje: la procesión va por dentro, respirar por la herida, nadar y guardar la ropa, reconcomerse. No es fácil que puedan traducirse a otros idiomas cultos. En definitiva, el resentido desconfía de los demás y se siente angustiado, lo que aprovecha para pasar por profundo. Si consigue dar el pego, se puede decir que ya ha empezado a triunfar.

Ese gran simulador que es el resentido puede provocar simpatía, popularidad, pero resulta peligroso, destructivo. Lo suyo es despedazar al contrincante y desprenderse del antiguo escudero. Para ello es capaz de esperar sentado a que se le presente la ocasión propicia para dar el salto. No es un toro bravo, sino un felino.

El lector inquisitivo se podría preguntar cómo es que un resentido de manual como Pedro Sánchez puede llegar a la cima del poder y de la popularidad. Muy sencillo. El resentimiento se encuentra plantado en el cerebelo de los españoles. Así pues, Pedro Sánchez es uno de los nuestros.

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