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Amando de Miguel

Privilegios ocultos

Un régimen democrático o de libertades como el español no termina sino que empieza con el logro de que los impuestos los paguen todos de forma ecuánime.

Un régimen democrático o de libertades como el español no termina sino que empieza con el logro de que los impuestos los paguen todos de forma ecuánime, no sólo los pecheros. En nuestro tiempo convulso ya no hay nobles o hidalgos exentos de contribuir al Fisco. Esa es la democracia. Sin embargo, al frente de los partidos políticos tenemos a unos espabilados servidores públicos que consiguen ingentes cantidades del erario para sostener sus respectivas formaciones. Ese es el primer símbolo de su poder. Podrán pelearse por otras cuestiones, pero en esta de repartirse los dineros públicos en beneficio de los mismos partidos mantienen un acuerdo unánime. ¿Quién se va a oponer a que ese patriótico reparto sea cada vez más generoso? Todos ganan. Nadie está obligado a hacer actos heroicos. Nos encontramos ante una manifiesta violación del principio de igualdad de todos los españoles (ahora dicen "ciudadanos y ciudadanas ") ante la ley (ahora dicen "legalidad").

No es solo que, a través de esa continua y creciente riada de fondos públicos, los partidos políticos necesiten mantener impresionantes sedes en muchos municipios. Añádase la correspondiente flota de coches oficiales que ayudan a que sus ocupantes exhiban la magnificencia del poder.

El privilegio más audaz se mantiene cuidadosamente oculto. Consiste en el hecho inveterado de que muchos políticos que entraron en escena con una mano delante y otra detrás salgan de ella forrados de monises. Todo ello legalmente, al menos en apariencia. No entro, por obvia, en la excrecencia de lo que se llama corrupción. De la cual solo sabemos una pequeña parte, la que entra en los juzgados.

Por si fuera poco, no es menor privilegio el que facilita a la mesnada política su continua presencia en los medios de comunicación. Nótese que cualquier noticia que llena los telediarios o equivalentes (fuera de los llamados "sucesos", los deportes o los desastres) suele llevar consigo el nombre y el busto parlante de algún político. Sus opiniones, por muy vulgares y repetidas que puedan parecer, gozan de la valiosa regalía de convertirse en solemnes "declaraciones". Sus manidas frases pasan inmediatamente a ser "titulares". La vanidad es un supremo apetito. En este mundo lo que nos colma es que nos reconozcan; cuantos más, mejor. Por ese lado, los políticos nos parecen humanísimos.

Se argüirá que los esforzados políticos llevan una vida sacrificada, se obligan a pesadísimas reuniones durante los fines de semana; en consecuencia, apenas gozan de las respectivas familias. Paparruchas. Los valores del recogimiento y el goce de la intimidad no están hechos para los egregios servidores públicos. Lo suyo es dejarse ver continuamente. En la foto solo se sale si uno se mueve mucho.

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