Menú
Amando de Miguel

Sobre la vida humana

Llega un momento en el que uno ya no necesita acumular más méritos. La vida ya no es propiamente una carrera.

Los rigores de la canícula, que cada vez se retrasan más, contribuyen a reblandecer la sesera, hacen que se pierda el apetito y que se ponga uno metafísico, como Rocinante. En estos días me llegan menos correos de mis corresponsales, lo que demuestra la sospecha de que el correo electrónico es una actividad que se ejerce en el lugar del trabajo.

Excepcionalmente, recibo un correo de mi amigo Fernando Moreno, lleno de enjundia. Sostiene que la vida humana es como una carrera. En efecto, al menos eso ha sido así durante una gran parte de mi biografía, la que estaba sometido a examinarme con los profesores o a examinar a los alumnos. La carrera lo era en sentido deportivo porque se trataba de ir tejiendo un currículum ("carrerita" en latín), esto es, una lista de méritos. Ahora se ha puesto de moda la obsesión de los políticos de todos los partidos por falsificar el currículum. Quiere esto decir que para ellos sigue siendo fundamental mostrar que se han examinado, aunque para ello haya que inventar cursos y másteres.

Pero llega un momento en el que uno ya no necesita acumular más méritos. La vida ya no es propiamente una carrera. Se convierte más bien en una especie de libro inédito, retrospectivo, unas memorias implícitas. Es el material con el que se tejen los sueños. En ese libro virtual que es la vida de uno aparecen distintos capítulos, según sean los personajes centrales que entran y salen de la experiencia propia. Puede que sea una deformación profesional, pero ese libro de la propia vida es como una novela. Más concretamente, una novela como las de Galdós. Si me apuran, como Fortunata y Jacinta, que es la narración más encomiable en lengua castellana, después del Quijote. Son lecturas a las que se vuelve una y otra vez con renovados descubrimientos. De acuerdo, las vidas corrientes de cualquiera de nosotros no son tan movidas ni tan excelsas como las de esas grandes obras literarias, pero el esquema sigue siendo el mismo. En cada capítulo de nuestra existencia unos personajes aparecen y desaparecen. La suma de nuestras conversaciones con ellos es precisamente nuestra vida. Es claro que, con el instrumento del correo electrónico, se vive más.

Se dice "memoria de elefante", para ponderarla, pero no creo que los animales acumulen tantos recuerdos como las personas. Bien es verdad que se trata de una memoria selectiva, es decir, recordamos los sucesos que nos interesan. Algunos pudieron ser efímeros, pero nos marcaron. Otros, que creíamos solemnes o decisivos, se desvanecen en nuestro cerebro. La vida abre nuevos capítulos con otros caracteres que irrumpen en las preocupaciones cotidianas. Las imágenes de algunos personajes del pasado se van borrando.

Un recuerdo vivo de los años del colegio. Mi experiencia formativa fue óptima, pero me asalta un fallo. Se nos insistió en que los amigos iban a ser para toda la vida; en la edad adulta habría que conservar los afectos de la infancia. Gran error. Los amigos pasan como todo lo demás. Mi experiencia me dice ahora que, con el tiempo, aparecen nuevos amigos (y también enemigos, vaya).

La especie humana lo es no solo porque recuerda más que las otras, animales o vegetales. Lo decisivo es que anticipa mejor lo que puede ocurrir. Sospecho que el hombre es el único animal que sabe que va a morir. Quizá lo intuya también el toro bravo en la plaza. Pero es que el toro es una especie hecha por el hombre a lo largo de siglos. Por eso es el animal más inteligente. La muerte consiste en volver a la tierra, el humus; de ahí homo. O también el primer hombre, Adán, que en hebreo significa "tierra, barro".

Qué tristeza da pensar que los españoles hayamos aprobado una malhadada "ley de memoria histórica", que consiste en falsificar los recuerdos colectivos. Vergüenza nos tendría que dar. Y encima quieren revitalizarla.

En España

    0
    comentarios