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Antonio Robles

Dependencia emocional

Las jóvenes que caen en la dependencia emocional se mienten así mismas y a los demás.

Las estadísticas son desoladoras, cada año mueren alrededor de 70 mujeres a manos de sus parejas y hay un 12,5% que han sufrido maltrato físico o sexual alguna vez. No se llega ahí por accidente: un 25% de las chicas entre 16 y 19 años reconoce que su novio la ha controlado. Desolador.

Las actuales medidas para erradicar el maltrato no parecen ser suficientes. O al menos no bastan para atajar el problema antes de que comience a hacer daño o no tenga remedio. Demasiadas veces la pareja maltratadora encuentra en su víctima un colaborador necesario debido a la dependencia emocional, al chantaje económico, al temor, o a cualquier otra circunstancia que la encadena al verdugo. Este es el talón de Aquiles de buena parte del fracaso en la erradicación del mal. Como en tantos otros problemas de la vida, no importa tanto el delincuente como que la víctima tome conciencia del mal y se dote de mecanismos para evitarlo.

El problema empieza en la adolescencia, en los modelos culturales machistas, y en los arquetipos de amor que a menudo tomamos como coartadas para dominar en vez de amar. A causa de esta herencia envenenada, nuestras jóvenes comienzan a perder la batalla de la autoestima al caer en una dependencia emocional que confunden con amor. Nada tiene de extraño tal apego afectivo, forma parte de nuestras relaciones sanas cuando es compartido, cuando ninguno de los dos lo utiliza para dominar, humillar o destruir al otro. Pero cuando uno de ellos es un tipo controlador, con rasgos narcisistas, complejo de inferioridad, altas dosis de frustración u otros perfiles malsanos, la dependencia emocional se vuelve contra quien la padece y cae en una cárcel de la cual es muy difícil salir.

Es en ese panal de miel envenenada donde quedan atrapadas muchas de ese 25% de jóvenes entre 16 y 19 años que han sufrido controles por parte de sus parejas. Ayudarles a tomar conciencia del problema antes de que se produzca, enseñarles a ser autónomas, a valerse por ellas mismas desde la adolescencia, a defenderse y a plantarse, dejaría sin clientela a los celosos, controladores, maltratadores y asesinos. Prevenir es curar, hoy los medios de comunicación, sobre todo las series audiovisuales para adolescentes, pueden hacer una gran labor. A los padres y a la escuela se les presupone.

Desgraciadamente, las jóvenes que caen en la dependencia emocional se mienten así mismas y a los demás, protegen a quienes deberían denunciar y, sin darse cuenta, acaban por aceptar como una fatalidad lo que sólo es un delito. En los malos tratos, el aislamiento, las humillaciones, las palizas, la anulación de la víctima a favor del ego del déspota maltratador es cuestión de tiempo. Mientras siga bajo su influencia tóxica, no vive, sobrevive, no es feliz, cree que lo es; renuncia a su personalidad para que le deje en paz, cede siempre, consiente, y poco a poco, sin darse cuenta, se ha rendido a un vampiro psíquico que le compra con chantajes emocionales, falsos arrepentimientos y rosas rojas. Sin apenas darse cuenta se refugia en la mentira como mecanismo de defensa. Primero miente para no avergonzarse ante los demás, después por miedo, porque teme que su pareja se entere, le acose o le pegue. "Es que yo soy feliz con él", suelen decir. Eso no es felicidad, eso es dependencia emocional, y cualquier dependencia es pérdida de libertad, una cadena que ata e impide obrar libremente. Hay dependencia del tabaco, los dulces, el juego, las drogas y también dependencia emocional, todas convierten al ser humano en adicto, es decir, en esclavo. El que necesites la droga no quiere decir que seas feliz. Primero la quieres para sentirte bien y después la necesitas para no encontrarte mal. Puede servir para un tiempo, pero siempre acaba mal, siempre. Toda adicción te complica la vida, te mina la salud, acaba con tus amistades y altera tu entorno. Te anula. Para entonces, la mujer niega la evidencia y se niega a buscar ayuda. El peor error de todos.

PD. Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín, 2003. No estás sola, Sara, de Carlos Cedes, 2009.

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