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Antonio Robles

El infierno del fuego

Hay acontecimientos de nuestros días que no se pueden rentabilizar. Son previos a la disputa política. Como el fuego. Cuando aparece, amigos y enemigos se pasan el caldero, la manguera, se abrazan en la desolación.

El camino entre zarzales, rastrojos y piornos me hacían más devastadora la pena. Hacía ya diez minutos que había dejado el horizonte calcinado de encinares y olivos. El calor era sofocante. Me recogí debajo de una encina a resguardo del aire encendido. Un olor a cisco y vida calcinada lo asfixiaba todo. Debajo, una peña llena de líquenes milenarios y musgos secos me sirvió de asiento.

Desde hacía siete años alguien con el corazón podrido, encendía por sistema olivares y montes de robles y encinas. Desde hace quince, las viñas habían ido dejando espacio a escobas y piornos. Los cupos europeos de viñedos y las medidas irracionales de la Junta primaban el descepe y la desolación por cuatro duros.

Lo que era un vergel de viñedos y olivares ya es casi un cigarral. La población ha caído en picado. Han aparecido por la zona ingenieros siniestros en busca de espacios idóneos para ubicar cementerios nucleares. Creo que han cejado en su empeño después de comprobar que las escopetas de caza de los lugareños son más peligrosas que los isótopos radioactivos.

El sol es cegador. Bajo las ramas de la encina centenaria la sombra me da un respiro. En este microclima mediterráneo acurrucado en arribes de fallas colosales y ríos embravecidos, el calor sofocante se domestica con una simple sombra. Aire seco, aire fresco de regatos y berrocales.

El pasado aparece como una angustia en el pecho. Tras ese paisaje aparece la infancia quemada. Se acumulan en los ojos gritos y flores, caminos polvorientos, paredones y bancales, la fruta madura, el agua fresca de manantiales con hierba buena y salamandras. Por la noche, un cielo limpio con miles de estrellas.

No sólo es el daño económico, ni siquiera puede que sea el más importante. Es toda tu infancia, el recuerdo de vivencias unidas por generaciones distintas en medio de un mismo paisaje. Olivos con nombre, encinas con rostros humanos, alamedas de pájaros y abuelos. Todo eso es lo que se quema. Nada ni nadie lo podrá restaurar nunca.

El olmo del cementerio de no se sabe cuántos años ha quedado calcinado por las llamas. Él vio pasar todos los muertos del pueblo y en él habían jugado todos los niños y viejos cuando eran niños. En un hueco de su tronco, dicen que de un mal rayo, se escondían los rapaces y las zorras. Ya no es.

Vuelvo a la encima centenaria y contemplo el desastre. Los periódicos y todos los telediarios me han llevado hasta ese mismo lugar. Cientos de fuegos calcinan Galicia. Son otros paisajes y otros bosques, el mismo quebranto, la misma pena.

Andan los políticos y sus intelectuales peleándose por quién es el responsable. Como en el Prestige. ¡Cuánta miseria humana! ¡Cuánta estupidez política! ¿Cuándo aprenderán nuestros políticos que la vida no es un mercado de maquiavelos? Hay acontecimientos de nuestros días que no se pueden rentabilizar. Son previos a la disputa política. Como el fuego. Cuando aparece, amigos y enemigos se pasan el caldero, la manguera, se abrazan en la desolación. Como el terrorismo de ETA, como la estabilidad del Estado, como el dolor de las madres maltratadas o cualquier inundación. Yo creía también que así debería ser el Plan Hidrológico Nacional o la educación.

Creo que el Código Penal es demasiado blando con los pirómanos. Ahora incluso los meten en psiquiátricos. Como si el mal fuera una enfermedad.

El Estado aún no sabe que la mejor defensa del territorio son los medios para que no se queme. No podemos esperar a que la gente se eduque, eso es una labor de siglos, imprescindible, constante, pero mientras tanto el Estado habría de disponer de todo tipo de instrumentos técnicos y medidas preventivas para evitar hasta la mala fe de quién nos quiere quemar el alma. Como las medidas de prevención y seguridad de las centrales nucleares, el Estado habría de gastarse todo por evitar la muerte de nuestros bosques. No importa lo que cuesten; si nadie podría vivir ahora sin energía, menos aún podemos vivir sin las ramas y las frutas, sin el aire limpio de los árboles.

Es terriblemente fácil provocar un fuego. Ya que eso nunca lo podremos evitar en todos los casos, procuremos todos los aviones, todos los cortafuegos y todas las demás medidas que los técnicos aconsejen para apagarlos antes de que nos adelante el infierno.

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