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Antonio Robles

La estafa como cultura de la secesión

Nunca percibí tanta preocupación en España por el problema de Cataluña como en este verano.

Nunca percibí tanta preocupación en España por el problema de Cataluña como en este verano. Tranquiliza, al menos tranquiliza a quienes hemos venido advirtiéndolo desde hace tres décadas. Tranquiliza, escribo, porque el problema de verdad no han sido los nacionalistas, sino la inhibición del Estado y el desdén de los ciudadanos. Tomar conciencia de un problema es encarrilar su solución. Y en eso estamos ahora. Bienvenida la preocupación.

A propósito de esa inquietud han empezado a proliferar estudios y artículos de fondo. Entre ellos, el de ayer de Jorge de Esteban en El Mundo, "Elecciones fraudulentas". Marca cuatro irregularidades legales en las elecciones plebiscitarias del 27-S: "Son un fraude de ley, eluden la responsabilidad política, rompen la neutralidad institucional y aplican un claro arbitrismo en la interpretación de los resultados". Impecable el análisis.

Noto a faltar, no obstante, en éste y en tantos otros, el rechazo explícito contra el mundo nacionalista, y contra Artur Mas en particular, por su desdén hacia el juego limpio. Sin saber muy bien por qué, el presidente de la Generalidad y su Gobierno se han instalado en la estafa ética como medio para conseguir sus fines. Parece que todo vale: el engaño, la irregularidad, la mentira, la simulación, la farsa, el disfraz, la ficción, la dramatización y la falsedad, la doblez, el fingimiento, la treta, el fraude de ley, en una palabra, la estafa democrática y política en términos éticos. A todo eso, el Gobierno de Artur Mas y su prensa afín lo llaman astucia. Y a ésta la presentan como virtud. Dos ejemplos: convocan las elecciones plebiscitarias sin hacer mención alguna a tal condición para evitar que sean recurridas legalmente, pero ponen toda su máquina de propaganda al servicio de tal ilegalidad. Sin rubor, sin vergüenza, incluso con chulería barata. Utilizan TV3 como una plataforma de agitación y propaganda las 24 horas del día, y tienen la desfachatez de indignarse porque hasta el Colegio de Periodistas de Cataluña ha hecho un comunicado de condena por su manipulación de los medios públicos. Tan grave ha de ser el asunto que hasta este colegio profesional de periodistas, tan sumiso al nacionalismo hasta la fecha, ha tenido que pronunciarse en contra. Como todos los partidos políticos partidarios del derecho a decidir que no van en la lista única de Junts pel Sí. Seguramente se les acabó el suc (chupar del bote), como hasta ahora.

Sería intolerable que los socios en un negocio, los maestros con sus alumnos, los carniceros con sus básculas hicieran trampas y alardearan de ello. Los electores españoles ya no toleramos ese tipo de comportamiento. Estamos hartos de que los políticos nos estafen, estamos hasta el gorro de que nos gorreen, y eso lo conocemos denominamos corrupción. ¿Por qué entonces en Cataluña pasa por virtud lo que es un fraude, pura estafa, la peor de las corrupciones, la ética? ¿Todo vale en nombre de la patria? ¿Qué cultura democrática estamos transmitiendo a las nuevas generaciones con actitudes tan poco ejemplarizantes? ¿Por qué desde España contemplamos el espectáculo de la prevaricación catalanista con la fatalidad de lo inevitable?

Nos están dando gato por liebre en nombre de la astucia. Algo no estamos haciendo bien cuando dos marrulleros como son Mas y Junqueras pasan por hombres decididos y astutos. A veces, la línea divisoria entre el hombre diligente y el botarate es tan sutil que los profesionales del periodismo no logran distinguirlos. O no tienen agallas para ponerlos en su lugar.

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