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Antonio Robles

Ocho apellidos catalanes

Comprobé la cobardía intelectual de un guión que se refugia en los tópicos catalanistas de principios del siglo pasado para no enfrentarse a los de hoy.

Cuando Ocho apellidos vascos fue la película elegida por un grupo de profesores nacionalistas del instituto donde daba clases para pasarla a los grupos de bachillerato, algo me dijo que las pretensiones satíricas de la comedia no habían pasado de tópicos dulcificados y tramposos. Vamos, que los guionistas no se habían atrevido a reírse de verdad del drama provocado por el nacionalismo. De todos los nacionalismos. Al fin y al cabo, el guión se sostiene sobre el desconocimiento y la exclusión del otro, uno de los rasgos de todo nacionalismo.

Pero cuando el pasado viernes asistí al estreno de Ocho apellidos catalanes, comprobé la cobardía intelectual de un guión que se refugia en los tópicos catalanistas de principios del siglo pasado, para no enfrentarse a los tópicos políticamente correctos del nacional catalanismo que dominan y controlan hoy el poder en Cataluña.

Reducir la realidad catalana a una señora burguesa, clasista y xenófoba; y a un nieto pedante con complejo de narciso, es reflejar al catalanismo tópico de principio de siglo. Ni las esteladas, ni la sociología independentista del procés, ni la exclusión real de la cultura, simbología y lengua españolas y los derechos ciudadanos que conllevan, ni el control mediático y presupuestario, ni la falsificación democrática de multitudinarias manifestaciones independentistas, ni el golpismo institucional y jurídico en nombre de un falso derecho a decidir son tratados ni de refilón. Les ha faltado valentía intelectual, carácter creativo, o como vulgarmente se dice, cojones. Ni rastro de la corrupción estructural de la famiglia, del 3%, ni de nada que cuestione el buen rollito catalanista. Ni rastro del victimismo, sólo un inocente desprecio por España en el personaje menos creíble, la abuela.

Quizás la mayor falsificación sea el papel de esta abuela burguesa y clasista (Rosa María Sardà), que representa el proceso independentista. No es sólo falsificación, es ante todo suplantación de la realidad. Hoy en Cataluña el catalanismo no lo representa el topicazo de la burguesía catalana. Sigue siendo clasismo, pero extendido como una infección transversal a todos los estamentos sociales que viven de la gestión de presupuestos, comisiones y simbolismos del poder nacionalista instalado en la Generalidad desde la transición. Esa metástasis clasista se ha instalado en las clases medias, y se ha extendido transversalmente a los profesionales liberales, a maestros y profesores, periodistas y a la casi totalidad de la clase política. Se ha publicitado desde los púlpitos, ha comprado a sindicalistas y sindicatos, se han sumado botiguers y ha alcanzado a la Cataluña interior, atrapada desde hace décadas en las pantallas de TV3, la nostra. Un conglomerado transversal cebado por ingentes presupuestos públicos de un simulacro de Estado catalán en la sombra. La llamada sociedad civil democrática y pacífica. Clasismo catalanista del que no participa media Cataluña española y mayoritariamente castellanohablante.

Pepe García Domínguez expresó magistralmente esta nueva sociología catalanista en "El mito de la burguesía catalana". Claro, él pisa territorio y sabe de qué habla.

No diré que no me han divertido. Un respeto para la película más taquillera de la historia del cine español y para el mejor arranque de la segunda. Pero cuando se pisa tierra sagrada, hay que estar a la altura, y no aprovechar el tirón para banalizar el mal. En la primera se banaliza, en la segunda, además, se explota. Es una creación intelectual fallida que retrata a una época de intelectuales cobardes y pesebreros, incapaces de incomodar al poder establecido, y sobre todo, incapaces de salir de sus círculos progres conchabados con los nacionalismos periféricos, con la izquierda de salón y con el brazo incorrupto de Franco, como coartada. Cuando esa pandilla de creadores se atrevan (me refiero al cine español en general), como se han atrevido contra los vencedores de la Guerra Civil, puede que las risas sean catárticas. Tiene La vida de Bryan más crítica al nacionalismo que estas dos comedias juntas.

P.D. Quizás el único desplante de altura haya sido el menos percibido, la sutil mala leche del guionista contra esa autosuficiencia catalana que mira con ínfulas supremacistas, intelectuales y artísticas a los bárbaros del sur. La pedantería del nieto consentido. Aun así, váyanla a ver. Se pasarán un buen rato.

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