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Antonio Robles

¿Por qué una plataforma constitucionalista?

Cataluña necesita con urgencia (como España) un proyecto político de centro-izquierda nítidamente constitucionalista.

El insomnio ocasionado por el Gobierno de Pedro Sánchez en el 95% de los españoles (alguna vez tenía que coincidir lo que dice con la verdad) parece haber encendido el piloto rojo de los partidos constitucionalistas en Cataluña. Por vez primera les será muy difícil explicar el no ir juntos a las elecciones.

La ley electoral catalana (la única ley española que los nacionalistas, pudiendo, no han querido modificar) beneficia a los nacionalistas por el diferente valor que tienen los votos en los distintos distritos electorales. Si tomamos como referencia las autonómicas de 2017, el voto en Barcelona, donde el constitucionalismo es mayoritario, vale 2,4 veces menos que en Lérida, 1,6 menos que en Gerona y un 1,5 menos que en Tarragona. O lo que es lo mismo, para neutralizar un voto de Lérida, en Barcelona hemos de votar dos personas y media. En números reales: en Barcelona un escaño costó 38.496 votos; en Lérida, 16.008; en Gerona, 23.963, y en Tarragona, 24.511. En Lérida y en Gerona, donde más barato cuesta el escaño, el electorado es mayoritariamente independentista. Consecuencia: los nacionalistas logran mayorías de escaños, pero no de votos. Si a ello sumamos la división de los constitucionalistas, la necesidad de unir fuerzas parece de sentido común. Aquí, más información sobre ello. Veamos las dificultades para revertir esa realidad.

Si tomamos por partidos constitucionalistas aquellos que no son nacionalistas (o eso dicen), sólo nos quedan Cs, PP, PSC y Vox. Sobra argumentar por qué el PSC jamás entraría en una plataforma constitucionalista con PP y Cs. Inimaginable con Vox. Incluso habría razones para que Cs y PP no fueran juntos, tanto porque desconocemos si sumarían o restarían juntos como porque los restos del alma socialdemócrata que pudiera perdurar aún en Cs volaría al PSC. Sin nuevos peones en el tablero, la posibilidad de una plataforma constitucionalista parece destinada al fracaso. Pero los hay. Veamos.

Cataluña necesita con urgencia (como España) un proyecto político de centro-izquierda nítidamente constitucionalista, beligerante con el nacionalismo y que haga una desacomplejada defensa de España como espacio del bien común y de Europa como destino y superación de populismos y nacionalismos. Ese centro-izquierda no existe ni en Cataluña ni en España, o mejor dicho, aún no tiene representación política. A saber: dCIDE (Centro Izquierda de España) y Barcelona pel Canvi, de Manuel Valls. Son dos sujetos políticos que habrían de implicarse, o bien en ofertar una opción de izquierdas a todos los huérfanos dejados por la traición del PSC, al margen de Cs y PP, o bien sumar voluntades con el resto de constitucionalistas desde su posición nítida de izquierdas.

Hay dos proyectos más sin representación recientemente constituidos, Lliures y Lliga Democràtica, dos opciones catalanistas de derechas no independentistas que quieren recuperar el voto del catalanismo moderado no beligerante con España, pero sin renunciar a pactar con los soberanistas.

De la misma manera que Vox es incompatible con un constitucionalismo alejado del nacionalismo identitario y reaccionario, Lliures y la Lliga Democràtica falsificarían una plataforma netamente constitucionalista, o, si quieren, una Plataforma por España. Aunque, como ya saben, para zafarse de la identificación que el nacionalismo ha hecho de España con el franquismo, y la izquierda con la derecha, el nombre de la nación es impronunciable. El mayor fraude histórico de nuestra democracia.

Si es imprescindible una plataforma constitucionalista por razones electorales, no es sólo ni prioritariamente para salvar en parte los daños colaterales de la ley electoral, sino sobre todo para superar ese tabú inducido por el nacionalismo contra el derecho de los partidos constitucionalistas a pactar entre sí. Es increíble que los partidos nacionalistas, desde la ultraizquierda hasta la ultraderecha, religiosos y laicos, hayan podido reivindicar unidos sus objetivos, incluidos los supremacistas, como el monolingüismo, el odio a España o la justificación de la violencia etarra, y los constitucionalistas no puedan ir juntos ni a llorar a sus muertos por el terrorismo. Superar ese complejo, y hacer pedagogía de la igualdad, es imprescindible para devolver a Cataluña una atmósfera de libertad y una democracia sin tutores.

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