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Carina Mejías

Pujol y el relato fantástico

Jordi Pujol nos relató el fantástico origen de su fortuna andorrana. Como si estuviera ante una clase de párvulos, pretendió que nos tragáramos el relato fantástico de una fortuna fruto de turbios negocios con algodoneros en Tánger y a golpe de especulación con dólares, allá por los años 50 que fue creciendo con el paso del tiempo y sucesivas devaluaciones de la peseta. Un cuento que bien podría ser la trama de un guion cinematográfico.

Tras su fantástico relato, se negó a responder a una sola de las preguntas que le formularon los diputados y, especialmente agria, fue la respuesta que dedicó al grupo de Ciutadans, ante las preguntas y explicaciones que le exigió Albert Rivera, que nada le debe, que no le teme y que le amenaza con sentarle ante el fiscal.

No nos creímos nada de lo que contó quién ya no tiene ninguna credibilidad, y que ha hecho alarde de una conducta profundamente inmoral por lo que no puede pretender seguir dando lecciones.

Su airada respuesta fue solo la treta para evitar explicarse y exhibir su soberbia solo es el reflejo de su auténtica personalidad.

Su ira es la consecuencia de verse señalado como el jefe de la trama mafiosa de corrupción institucionalizada en Cataluña, acosado por la justicia, avergonzado por sus hijos, repudiado por quienes crecieron políticamente a su sombra y sometido al escarnio público.

Nada le va a librar de explicarse, si no lo hace en sede parlamentaria deberá hacerlo ante el fiscal y será allí donde le exijan que diga si es cierto y verdad que él y sus socios políticos crearon a través de Convergencia Democrática de Cataluña un gran entramado mafioso para expoliar a los catalanes. Si cuenta la verdad tendrá que delatar a los consejeros de sus gobiernos, a sus hijos políticos, cómplices con él en la siniestra trama organizada para cobrarse los favores a cambio de comisiones. Si dice la verdad desvelará si quienes han presidido los distintos gobiernos de España acordaron con él pactos de silencio y presionaron a jueces y fiscales, para que evitaran investigaciones pese a tener indicios para ello.

Decir la verdad significará poner en riesgo a la familia, a su esposa e hijos a los que ha permitido usar su apellido como salvoconducto para abusar y amenazar con la ruina a todo aquel que no se allanara o pagara sus caprichos.

Decir la verdad sería tanto como reconocer que su obra, Convergencia Democrática de Cataluña, el partido que él fundó, está hoy bajo sospecha, con su sede embargada porque una gran mancha viscosa de podredumbre amenaza con liquidarlo y eso, no hay bandera suficiente para taparlo.

Y siendo así, de ética y de moral ya no puede darnos lecciones.

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