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Carlos Semprún Maura

Dos discursos y una canción

Los medios informativos de izquierda en Francia se portan bien. Dominan todas la cadenas de radiotelevisión estatales y están bien representados en la prensa escrita, aunque pierdan lectores

"En España, como en tantos otros países del Occidente democrático, el número de los medios de comunicación con afinidades políticas más bien hacia la izquierda, tiende a cero". Escribía el otro día Miguel Angel Aguilar, en el buque almirante de la prensa de izquierdas en España, El País, que implícitamente acusa de pasar del rojo-rosa al amarillo. Como se decía antaño, hay que ser buenos con los animales y admitir que no debe ser fácil la postura opusdeísta-leninista.

Dejando por ahora la situación de la prensa amarilla de izquierdas en España, diré que los medios informativos de izquierda en Francia se portan bien. Dominan todas la cadenas de radiotelevisión estatales y están bien representados en la prensa escrita, aunque pierdan lectores: Le Monde, Liberation, La Croix, L’Humanité, y sobre todo Nouvel Observateur, incomprensible (para mí) éxito de ventas.

En cambio, la prensa de "derechas" está de capa caída y apenas se expresa en las cadenas de radiotelevisión, en las que el pensamiento único de izquierdas domina en un 99,9%, como en las elecciones soviéticas. Y es así como hemos podido escuchar este fin de semana, en relación con las elecciones austriacas, que Jörg Haider era antisemita y pronazi, lo cual es una mentira, denunciada antaño por las propias instituciones judías de Austria. Ya lo dijo Goebbels "miente, y sigue mintiendo, que siempre quedará algo".

Esta situación de prepotencia de la izquierda amarilla en los medios galos también explica que no se haya acogido el show de Segolène Royal, el pasado sábado por la tarde en el Zenith, con las carcajadas y los abucheos que se merecía. Los más críticos (o más bien, los únicos críticos) fueron sus propios camaradas del Partido Socialista, que ella había insultado sin nombrar a ninguno: Lauren Fabius, Henri Emmanuelli, Bertrand Delanoë y Martine Aubry, entre otros, sí arremetieron contra su espectáculo. Hay que reconocer que estuvo grotesca, ondulando brazos y caderas, como una bailarina balinesa torpe o la favorita de un harén aficionada. Soltó una serie de chorradas anticapitalistas y afirmó que ella (ella, la ególatra) seguirá en pié, altiva y altanera, y que "todos juntos" iban a cambiar el mundo.

En la víspera, Nicolas Sarkozy soltó un discurso en Toulon en el que insistió en sus evangélicas condenas del capitalismo financiero que habría que "moralizar" (¿qué significa eso concretamente?) y que el Estado iba a garantizar si fuese menester los ahorros y las rentas de todos los ciudadanos.

En todo caso, no pueden compararse los dos discursos. El de Sarkozy fue serio, pero repleto de errores y demagogia, aun cuando rechazara "las soluciones colectivistas" (por no decir socialistas). Al fin de cuentas vino a decir, aunque confusamente, que las soluciones a esta crisis capitalista sólo pueden ser capitalistas.

Da lo mismo. La prepotente prensa amarilla de izquierdas declaró que Sarkozy se había convertido a la socialburocracia y a las virtudes del estado todopoderoso.

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