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Carmelo Jordá

Enfangarlo todo

Uno escucha al PSOE y le entran ganas de coger la bandera, atarle una gaviota, irse a Génova 13 y vitorear hasta a la señora de la limpieza.

Uno escucha al PSOE y le entran ganas de coger la bandera, atarle una gaviota, irse a Génova 13 y vitorear hasta a la señora de la limpieza.

Líbreme Dios de defender a un Gobierno al que le han bastado, y sobrado, trece meses para demostrar que su cobardía política sólo es comparable a su ineficacia y, hay que decirlo, a su absoluta falta de principios en prácticamente todos los campos.

Pero, aun así, es que uno escucha al PSOE y le entran ganas de coger la bandera, atarle una gaviota, irse a las puertas de Génova 13 y vitorear hasta a la señora de la limpieza, que además seguro que tiene una expresión oral mucho más apañada que la de Soraya Rodríguez.

Y el asunto no se debe sólo a la evidente escasa calidad política de los portavoces habituales de la casa –las dos últimas ruedas de prensa que he seguido eran de la mentada Soraya Rodríguez y de Óscar López, algo así como el no va a menos–, sino, y sobre todo, a que el PSOE ha unido a su habitual falta de vergüenza el convertirse en un auténtico descontrol, un cachondeo, lo que en mi pueblo se ha llamado toda la vida, y no me cojan la metáfora por donde no es, una casa de lenocinio sin dueño.

Porque no puede ser que el sábado te bases en unas fotocopias, presuntamente papeles manuscritos por un señor, para lanzar el órdago a la grande en política: pedir la dimisión del presidente; y dos días después digas que no te crees nada de lo que pueda decir ese mismo señor que, por cierto, responde por Luis Bárcenas.

Es decir, que unas fotocopias supuestamente de puño y letra de Bárcenas pueden tener su importancia, de acuerdo, pero no pueden tenerla toda si la palabra del propio Bárcenas no tiene ninguna. O el que fuera durante tantos años tesorero del PP es una fuente fiable o, además de un presunto delincuente, es un golferas del que no puedes creerte nada. Las dos cosas a la vez no, mire usted.

Es el último signo de la decadencia del PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba, que ha conseguido de una tacada dos cosas que parecían imposibles: que el partido tenga menos calidad política de la que tenía en tiempos de Zapatero y, mientras el PP se hunde como se hundió el Imperio Romano, empeorar en las encuestas los resultados malísimos que obtuvo en las elecciones de noviembre.

Pero no se alegren todavía, aunque el descalabro definitivo del PSOE sería una excelente noticia para España, en el momento actual esta falta de alternativa sólo es una parte más de un panorama que invita a la más absoluta desesperanza: hoy por hoy, ni a izquierda ni a derecha hay nadie a quien, más allá de las lógicas discrepancias políticas, pueda uno dejar el timón del país e irse razonablemente tranquilo a dormir.

La política se ha convertido más en el problema que en la solución, si es que no lo ha sido siempre. Urge cambiarla, mejorarla y, sobre todo, aprender la lección y hacer que el máximo posible de parcelas de la sociedad quede fuera de su alcance. Porque si llegan a todo son capaces de enfangarlo todo.

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